4 mayo, 2024
Contra los opresores - Últimas Noticias

Ya el 2 de marzo de 1811 se había instalado el Congreso concluyente para nuestra Independencia.

Como en toda época de cambio, los ganados para ese paso trascendental no estaban totalmente de acuerdo.

Timoratos, conservadores y radicales debatían airadamente.

Llegaba julio. Al pasar las horas de las sesiones del Congreso, la proposición de la Independencia absoluta iba calando en el ánimo de muchos.

Distintos diputados respaldaban esta arriesgada medida, echando mano a ardorosos fundamentos.

Unos, y otros, rimaban al mismo fin con sobrias tesis históricas.

Entre los diputados que se oponían a la ruptura definitiva con los mandones hispanos se encontraba el sacerdote de La Grita, Manuel Vicente Maya, quien pronto se vio arrinconado por las disertaciones de Fernando Peñalver, Juan Germán Roscio, Francisco de Miranda, Francisco Javier Yánez y muchos más, partidarios de la liberación total.

Simultáneamente, la fogosa muchachada hacía ebullición en el seno de la Sociedad Patriótica hasta llegar el momento en que Simón Bolívar, futuro Libertador, lanzara sus célebres palabras ante los dudosos de dar el salto definitivo a la emancipación.

Estas palabras, fechadas del 3 al 4 de julio de 1811, se tienen como su primer discurso político antes de ser el gigante de la Historia:
“Se discute en el Congreso Nacional lo que debiera estar decidido. ¿Y qué dicen? Que debemos comenzar por una confederación, como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera. Que debemos atender a los resultados de la política de España.

¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos o que los conserve, si estamos decididos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. ¡Que los grandes proyectos deben prepararse con calma! Trescientos años de calma, ¿no bastan? La Sociedad Patriótica respeta, como debe, al Congreso de la nación, pero el Congreso debe oír a la Sociedad Patriótica, centro de luces y de todos los intereses revolucionarios. Pongamos sin temor la piedra fundamental de la libertad suramericana: vacilar es perdernos”.

En alba del 5 de julio de 1811 continúo la diatriba en el Congreso y a comienzos de la tarde se procedió a la votación.

Hecho el recuento de los votos, el presidente del Congreso, Juan Antonio Rodríguez Domínguez, notificó solemnemente, a las tres de la tarde de ese 5 de julio, que quedaba proclamada la Independencia absoluta de Venezuela.

En correspondencia con las crónicas de este momento tan significativo, luego de la proclamación, se vivieron horas de gran satisfacción colectiva.

Una manifestación espontánea, liderada por Francisco de Miranda, acompañado por miembros de la Sociedad Patriótica y del pueblo, recorrió las calles de la ciudad, ondeando banderas y gritando consignas acerca de la libertad.

En la misma tarde de ese 5 de julio de 1811 el Congreso celebró otra sesión, en la que se acordó redactar un documento, cuya elaboración fue encomendada al diputado Juan Germán Roscio y también al secretario del Congreso, Francisco Isnardi.

En este documento debían aparecer las causas que produjeron la Declaración de la Independencia, para que, sometido a la revisión del Congreso, sirviese de Acta y pasara al Poder Ejecutivo



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