13 octubre, 2024
El dogma liberal y las crisis económicas

Las crisis periódicas. Desde que hay capitalismo hay crisis económicas: recurrentes, destructivas, cada vez más graves. Tres soluciones se han propuesto para remediarlas: la liberal, la keynesiana, la socialista. Cada una comporta una posición con respecto al papel del Estado y del Gasto Público.

El liberalismo contra el Gasto Público. La solución liberal, basada en ideas de Stuart Mill y Adam Smith, rechaza la intervención estatal como perniciosa, la gestión económica de los entes públicos como ineficaz y el Gasto Público como negativo, porque amplía la actividad del Estado y disminuye la ganancia del capitalista que lo financia con impuestos. En consecuencia condena la emisión monetaria, el alza de los tributos, el crédito público, las medidas de protección al trabajador y las de estímulo o restricción de ciertas actividades económicas. El Estado debía ser reducido a su mínima expresión; la economía, enteramente regida por la Ley de la Oferta y la Demanda. Ante la crisis, había que esperar a que la demanda se reactivara por creación de un nuevo sector productivo, por una guerra, o por un milagro.

El gasto de consumo del Estado es proporcional al desarrollo. El capitalismo proclama estas panaceas como dogmas indispensables para el desarrollo y la abundancia. Tal leyenda es de falsedad palmaria. Estado y capital siempre han actuado en complicidad y crecido acompasadamente. El uno garantiza al otro la propiedad privada de los medios de producción, la paz laboral y la expansión imperial que asegura recursos económicos y mercados. En los países desarrollados, el Estado protege, estimula y a veces financia la economía, y consume magnitudes del PIB muy superiores a las que apropian los sectores públicos de los países en vías de desarrollo. Las estadísticas del Equipo Banco Mundial sobre “Gasto de consumo final del gobierno general (% del PIB)” muestran que la participación de los Estados en el PIB no ha hecho más que crecer. Para 1960, la media mundial era de 13,7% del PIB; para 2015, es de 17,1% del PIB. A mayor participación del Estado en el PIB, mayor desarrollo. Para 2015, Alemania presenta 19,4%, Estados Unidos 14,3%, Japón 20,4 %, Venezuela 12,01%. Según la misma fuente, los Estados de los Países de ingreso alto tienen en promedio una participación de 18,2% en el PIB; los Países menos desarrollados (según clasificación de la ONU) el 11,9%. El desarrollo es proporcional a la participación del Estado en el PIB.

El gasto público es proporcional al desarrollo. El satanizado gasto público es también proporcional al desarrollo. Alcanza 31% del PIB en promedio en los países de América Latina y el Caribe, comparado con 41.5% en los países de la Organización del Comercio y el Desarrollo Económico (OCDE (2016), Panorama de las Administraciones Públicas: América Latina y el Caribe 2017, Éditions OCDE,Paris. http://dx.doi.org/9789264266391-es). Son más de diez puntos de diferencia.

Las crisis del liberalismo. El sistema fundado sobre los falsos postulados liberales de Smith presenta sistemáticamente síntomas indeseables: superproducción que supera la demanda relativa (la de quienes necesitan un bien y disponen de medios para comprarlo) contracción de la demanda absoluta, quiebras masivas, pauperización de los trabajadores, desempleo. Según apuntó Marx en El Capital: “La marcha característica de la industria moderna, la forma de un ciclo de diez años, interrumpido por pequeñas oscilaciones, de mediana animación, producción a alta presión, crisis y estancamiento, se basa sobre la constante formación del ejército industrial de reserva o población excedente industrial, su absorción más o menos completa y su nueva formación” (El Capital. Capítulo XXIII. Ley General de la Acumulación capitalista. Producción Progresiva de un exceso relativo de población o ejército industrial de reserva. Pág. 459 y ss.).

A su vez las crisis generan desastres económicos, políticos y sociales, éstos desembocan en guerras, y éstas a veces en revoluciones.

La Soviética y la China surgieron del caos del sistema capitalista que acompañó la Primera y la Segunda Guerra Mundial, implantaron el socialismo en vastas regiones, y amenazaron con extenderlo al resto del planeta.

El gasto público compensador. Para paliar las deficiencias del capitalismo sin desecharlo, surgieron los partidarios del “gasto compensador de la actividad económica” como John Maynard Keynes, Alvin H. Hansen, Gunnar Myrdal y Harold. M. Groves, según los cuales el gobierno debe gastar lo que sea necesario a fin de asegurar un alto nivel de ingreso nacional, y para asegurar asimismo el pleno empleo o “full employment”: el uso integral de todos los factores de la producción. Afirman que en un sistema de empresa privada el sector público puede elevar el nivel de la demanda total incrementando el volumen de los gastos públicos, y en consecuencia alterando el nivel de ingreso, empleo y precios. Keynes indica que “al aumentar la utilización de factores, la renta total y real aumenta. La psicología de la comunidad es de tal naturaleza que al aumentar la renta real total el consumo total aumenta; pero no aumenta tanto como la renta. De aquí que los empresarios incurrirán en pérdidas si el aumento total de la utilización de factores se destina a la producción de bienes de consumo. En consecuencia para justificar un volumen determinado de utilización de factores se requiere un monto de nuevas inversiones suficiente para absorber el exceso de producción sobre el consumo de la población a ese nivel de utilización de factores” (KEYNES. John Maynard. General Theory of Employment. Interest and Money. Pp 27 y ss.).

En resumen: adiós a la satanización del Estado y a la condena de su intervención en la economía; bienvenido el incremento de la inversión y el gasto públicos. Aplicando estas políticas ha sobrevivido el capitalismo a duras penas a las gravísimas y sucesivas crisis que él mismo provocó durante el siglo pasado y el presente. Pero la disolución de la Unión Soviética alejó el miedo al socialismo, y algunos de los más obtusos reaccionarios volvieron a las políticas del liberalismo primitivo, generando la catástrofe que todos padecemos.



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