la pobreza oculta de los colombianos que viven en estratos altos pero no llegan a fin de mes
Marta Munar vive en uno de los barrios más exclusivos de la localidad de Usaquén, en el norte de Bogotá, pero a veces tiene que elegir entre comer ella o su mascota.
Reside en un edificio de clase alta, pero se endeuda para pagar facturas.
Desde fuera se le supondría acomodada, pero vive en precariedad.
Munar representa a un fenómeno relativamente reciente que diagnostican autoridades en Colombia y que consideran subestimado: personas que apenas tienen para comer o que se endeudan para pagar servicios públicos, pero cuya situación es difícil de detectar porque viven en algunas de las mejores propiedades del país.
O puesto de forma oficial según un informe de 2021 de la alcaldía de Chapinero, una de las localidades donde se ubican algunas de las zonas más ricas de Bogotá: «Personas que poseen bienes pero que no poseen ingresos para suplir sus necesidades diarias, se encuentran desempleadas o su participación social es baja».
Lo llaman «pobreza oculta o vergonzante» porque muchos, además, niegan reconocer sus necesidades.
«Tras vivir buena situación económica en el pasado, les avergüenza admitir que necesitan un subsidio para sobrevivir», le cuenta a BBC Mundo Cindy Ovalle, quien trabaja en un comedor comunitario en Chapinero, donde se detectan múltiples casos de pobreza oculta en los últimos años.
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Nociones erróneas
Los estratos son una jerarquización institucional del nivel socioeconómico de los colombianos vigente desde los años 80.
El Estado dividió a la sociedad colombiana en seis franjas para que los más ricos —5 y 6— pagaran por los servicios de los más pobres —1, 2 y 3—.
El estrato 4 sería el punto medio, que ni da ni recibe.
El sistema fue concebido para aumentar la solidaridad en la distribución de riqueza, pero sus críticos dicen que profundizó el clasismo y la desigualdad.
Hoy es común escuchar a algunos colombianos hablar de «personas de estratos altos y bajos» para referirse a «ricos y pobres».
Pero el estrato no se define por la capacidad adquisitiva de una persona o el barrio donde vive, sino por la fachada del edificio, los materiales con que está construido y el estado de la calle de enfrente.
Aún así, este sistema computa para otorgar créditos bancarios, acceder a becas educativas o calificar la competitividad de una persona para un trabajo.
Y esto alimenta el estereotipo de que todo aquel que vive en estrato 5 o 6 es rico y en 1 y 2 es pobre.
Los «pobres ocultos» exponen varias lagunas del sistema.
«Como que personas de clase media vivan en estratos más altos o bajos de lo que les podría suponer y, por tanto, distorsionan el entendimiento y solución de este problema por parte de las autoridades», le explica a BBC Mundo Bibiana Pineda, estudiante de doctorado en ciencias humanas y sociales de la Universidad Nacional.
«El estrato ya no captura como antes la realidad socioeconómica de los hogares. Hay incluso personas con ingresos altos viviendo en estrato 2», añade.
«No me perdonan vivir en estrato 6»
Entrada en mármol, portería elegante, guardia de seguridad. La impresión de abundancia en el edificio de Marta Munar se desvanece al cruzar la puerta de su apartamento.
«Dentro es un despelote. Cada vez que hay un sismo se deteriora más. Las baldosas de la cocina se cayeron la última vez», le dice esta exabogada a BBC Mundo.
Munar vive en esta propiedad hace 14 años. La heredó de su suegra y durante 10 años vivió allí con su exesposo e hijos.
Desde que se separó y el peso del hogar cayó sobre ella su situación es cada vez más precaria. Está jubilada, pero su pensión es mínima.
«Debo fácilmente unos 100 millones de pesos [más de US$22.000] en facturas de servicio público», confiesa.
Al vivir en estrato 6, las facturas de Munar están entre las más altas del país aunque sus ingresos sean raquíticos.
No le apena reconocer su estatus: «Para mí esto no es pobreza oculta ni vergonzante. Ya todo el mundo lo sabe».
Tampoco niega que le afectan los prejuicios.
«Por ello elegimos no vivir en otro barrio más lejano y barato y quisimos asentarnos aquí. La gente se pregunta por qué no vendo, pero yo quiero que mis hijos hereden esto. La herencia de esta propiedad también es compleja«, cuenta Munar.
Es difícil, dice, sentirse estimagtizada en el edificio, sostener las miradas de vecinos que piensan que no debe vivir ahí.
«La gente es cruel. No perdonan que viva en estrato 6 pero que necesite dinero prestado».
Detección en comedores
«¿Qué hay hoy para comer?», pregunta un señor de apariencia pulcra en la entrada de un comedor comunitario en Chapinero, localidad con gran concentración de clase alta y media alta.
Los comedores comunitarios son lugares donde ver a «los pobres ocultos» en Bogotá.
Es una situación que se agravó especialmente con la pandemia, cuando muchas personas en situación estable perdieron empleos, ingresos y apoyos que desnudaron sus carencias.
«Empezamos a ver que adultos mayores, bien arreglados, venían a comer. Luego, al registrarlos, veíamos que muchos venían de estratos 4, 5 y 6. Fue alarmante», me cuenta Ovalle, trabajadora de este comedor, mientras me muestra las instalaciones.
Sin los comedores comunitarios o el boca a boca, es complicado encontrar y atender a estos individuos.
«Al hecho de que a muchos les avergüenza admitir su situación, se une que, para el sistema, estas personas no clasifican como pobres y, por lo tanto, no pueden recibir subsidios por vulnerabilidad«, le explica a BBC Mundo Mauricio Gutiérrez, subsecretario de Integración Social de la alcaldía de Chapinero.
Las localidades bogotanas donde más casos se detectan, además de Chapinero, son Teusaquillo, Barrios Unidos y Usaquén. Son localidades con altos precios por metro cuadrado, cuidadas avenidas y edificios de calidad superior a la media de la ciudad.
Dentro de muchas de estas propiedades pueden encontrarse decenas de individuos o familias que apenas cubren sus necesidades.
La problemática es tan reciente y compleja que todavía no hay cifras oficiales, pero trabajadores de la secretarías de integración de Chapinero y Usaquén dicen que han trabajado con decenas de casos en cada localidad.
«Solo en Usaquén sospechamos que puede haber más de 800 y es un número que se cree subestimado», me cuenta Aura Parrado, involucrada en la detección y exposición de casos.
«En otras ciudades como Barranquilla o Medellín también se ha reconocido el tema, pero la agenda se ha centrado más en Bogotá por la mayor prevalencia de localidades con clase media», contextualiza la investigadora Pineda.
Los adultos mayores son un perfil muy repetido entre «los pobres ocultos», pero Ovalle, en el comedor comunitario de Chapinero, describe otras situaciones.
«Quien heredó una gran propiedad pero no cuenta con ingresos, quien perdió el trabajo y no tenía ahorros, quien dependía económicamente de su cónyuge, quien tiene un hijo con discapacidad a su cargo y no puede trabajar», cuenta.
Los adultos mayores en «pobreza oculta» que demuestren vulnerabilidad pueden conseguir una vía de apoyo: el subsidio para mayores de 70 años que otorgan las alcaldías locales.
Muchos pasan años solicitando el bono. Otros, más jóvenes, deben buscar soluciones. A veces extremas.
«Me avergüenza no poder sostenerme»
Nerfhi Rojas, residente del barrio de clase media alta Cedritos en el norte de Bogotá, cumple con varios de los agravantes de los «pobres ocultos».
«Tenía una vida muy buena con mi exesposo que se desmoronó cuando terminamos. Yo dependía de él. Ahora me toca todo sola, incluido cuidar a uno de mis hijos con discapacidad», dice desde el salón de su casa.
Es un apartamento de estrato 4 donde vive arrendada tras vender su anterior propiedad de estrato 5.
Desde que cayó en vulnerabilidad, Rojas no hace más que desprenderse de cosas: su antiguo departamento, sus muebles, sus otros hijos, a los que motivó migrar a Estados Unidos.
Ella misma también intentó dar el salto.
«Vendí todo para irme a EE.UU. Dejé a mi hijo discapacitado con mi hermano. Pero en México caí en manos de personas dedicadas al tráfico humano y tras 7 u 8 meses regresé a Colombia», confiesa.
Rojas ha contemplado irse a un barrio más barato o incluso a un pueblo pequeñito, pero reconoce que es más fácil decir que hacer.
«En los pueblos apenas hay trabajo y aquí, por lo menos, consigo algo haciendo arreglos de peluquería a domicilio».
A Rojas le ha costado abrirse para contar su historia. Todavía dice sentir vergüenza de no tener capacidad para sostenerse.
«Pero oye», se libera, «uno tiene que agarrar con la verdad porque esta es la realidad. No hay que ocultar las cosas».
«Pobres, pero no pobres»
Ante la adversidad, varios de estos «pobres ocultos» se ponen manos a la obra para suplir sus necesidades.
Ana Cristancho, propietaria de una casa de estrato 6 en Usaquén, puso habitaciones en renta.
«Ahora mismo lo necesito porque debo hasta el agua de mi casa, pero alquilar también es difícil. Me han pasado unas cosas con los inquilinos…», cuenta.
Son de los pocos lamentos que pronuncia esta mujer, quien vivió 17 años en Estados Unidos pero que ahora, de vuelta en Colombia, donde nunca cotizó, se enfrenta a un escenario incierto sin pensión al que elige mirar de frente y con buena cara.
«Económicamente flaqueo, pero agradezco tener vida y salud. Para mí es lo principal», le dice a BBC Mundo.
«Sí, somos pobres pero no pobres. En mi estado no me gusta utilizar ese término», añade.
Su actitud, abierta y franca, facilita que las autoridades entiendan un fenómeno para el que ahora mismo no existe un plan concreto y que expone complejidades y paradojas en el segundo país con mayor desigualdad de ingresos de América Latina. BBC Mundo
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