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Antes del conflicto bélico en Ucrania aparecieron voces que nos alertaban de tendencias neofascistas en el seno de la vieja Europa. El investigador español Omar García Olascoaga, ya en el año 2018, publicó el artículo “Presencia del neofascismo en las democracias europeas contemporáneas” en la Revista Española de Investigaciones Sociológicas (Reis) n.° 162 (abril-junio 2018).
El autor muestra que el neofascismo no es un fenómeno estático, sino que se manifiesta en diversas etapas y que ya estaba presente como opción política electoral y en los recintos parlamentarios.
Entonces para muchos era aún confuso admitir ese fenómeno, dada la enorme propaganda invertida en la imagen de una Unión Europea (UE) como modelo de valores positivos, democracia, libertad, pacifismo y Estado de Bienestar Social, en fin, era aquel “jardín” que el señor Borrell nos quiso meter de contrabando. Pero con el apoyo europeo al régimen nazifascista de Kiev en una guerra contra Rusia, esa máscara comenzó a caer y apareció su verdadero rostro, cual “retrato de Dorian Gray”.
La UE convirtió la rusofobia en su ideología oficial y se orientó por el principio maquiavélico, consustancial al fascismo: “El fin justifica los medios”, esto significa que todos esos pretendidos valores son desechables cuando se trata de Rusia, no importa que el régimen de Kiev asesine directamente a poblaciones civiles étnicas rusas con armas de guerra, cometa crímenes de guerra, aplique métodos terroristas; al parecer, cuando se trata de personas de origen ruso, los derechos humanos no aplican. Esto está muy acorde con la ideología racista del nazismo que consideraba a los eslavos como untermenschen, subhumanos.
Con el rumbo de la administración Trump hacia la paz en Ucrania, la rusofobia europea ha entrado en su fase de histeria. La UE se prepara intensamente para la guerra y está empleando el miedo, arma clásica del fascismo, para engañar a sus ciudadanos y que aprueben su delirante política de guerra y les sugiere desde ya preparar su “kit de guerra”. Ante esto, es urgente que los ciudadanos europeos se movilicen y no esperen ver pasivamente cómo la rusofobia, expresión de neofascismo, lleva a Europa a su suicidio colectivo.