Decisión – Últimas Noticias

Viviría el inquieto periodista el derrumbe del régimen perejimenista. Era 1958 cuando la gente se zumbaba a la calle gritando mueras a la dictadura, momento en el cual la nación sudamericana se tornaba “el país más libre de todo el mundo”.
Unos meses de efervescencia alcanzaban todo el continente. Sátrapas abandonaban pueblos ayunos de derechos humanos. El año nuevo siguiente los recién casados celebrarían doblemente en su viejo apartamento caraqueño, en San Bernardino: por sus respectivas nupcias y por la caída de la tiranía de Fulgencio Batista en Cuba. Otro yo-el-supremo que se fugaba a República Dominicana.
No obstante, más tarde Gabriel García Márquez, el periodista de quien hablamos, haría una diferenciación entre sendos acontecimientos: “En Venezuela una insurrección urbana promovida por una alianza de partidos antagónicos, y con el apoyo de un sector amplio de las Fuerzas Armadas, había derribado a una camarilla despótica, mientras en Cuba había sido una avalancha rural la que había derrotado, en una guerra larga y difícil, a unas Fuerzas Armadas a sueldo que cumplían las funciones de un ejército de ocupación. Era una distinción de fondo, que tal vez contribuyó a definir el futuro divergente de los dos países, y que en aquel espléndido mediodía de enero se notaba a primera vista».
El narrador de Aracataca realizaría un periplo maravilloso: de Venezuela -y luego de un corto tiempo en EE. UU.- pasaría a México, a consecuencia de sufrir amenazas por su trabajo en Prensa Latina. Ya era junio de 1961. Ciudad de México se hacía su morada, acompañado de su esposa Mercedes Barcha y su vástago Rodrigo. Lo recibiría su paisano Álvaro Mutis, quien lo llevaría al apartamento Bonampak, ubicado en la calle Mérida, cerca de la Zona Rosa y del centro de la urbe.
Trabajaría de editor y de guionista cinematográfico -su otra pasión-, adelantado a la vez grandes definiciones profesionales.
Para comienzos de 1965, en Acapulco, lo tomaría por asalto una decisión trascendental: escribir la obra que desde hace años cincelaba en su cerebro. Confesaría más tarde que mientras se dirigía a sus vacaciones familiares en el volante de su automóvil Opel, en la vía de Cuernavaca, rezaría para sí mismo: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
No podría estar más tiempo en la costa, viéndose forzado a regresar a la capital a esculpir su obra, proyecto en el que pensaba invertir seis meses y que le llevaría año y medio. Entre 1965 y 1966 en México era procreado un hito de la Literatura Universal.
Pronto vendría la falta de sustento, pero, la solidaridad le sonreiría. ‘Cien años de soledad’ nacería en marzo de 1967 y emergería así un parteaguas de las letras mundiales. Premio Nobel de Literatura en 1982.
La primera edición de ‘Cien años de soledad’ vería la luz el 5 de junio de 1967 por la editorial Sudamericana de Buenos Aires, luego de la negativa de Seix Barral. Es recurrente la anécdota de que el Gabo hubo de enviar el texto original por correo, fraccionados en dos partes, todo por la falta de recursos de una apuesta que se había consumido hasta su último centavo.
Después de Venezuela sería México el albergue de un escritor que sentiría la esperanza de una región que buscaba salir del laberinto en una de sus horas más luminosas.