Crítica ‘La Furia’ (2025) , de Gema Blasco

Llegué a La Furia con cierta desconfianza, lo reconozco. “Otra más”, pensé. Otra película española con temática de violencia sexual, otro intento de remover conciencias en festivales, otro discurso necesario pero mil veces repetido. Y sin embargo, La Furia, ópera prima de Gemma Blasco, no tarda en desmarcarse de ese molde prefabricado. Lo que propone es otra cosa: una tragedia contemporánea que golpea con crudeza, sí, pero que también abraza con humanidad.
- Fecha de estreno: 28 de marzo de 2025
- Género: Drama
- País: España
- Año: 2025
- Dirección: Gemma Blasco
- Reparto: Ángela Cervantes, Álex Monner, Ana Torrent
- Música: Jona Hamann
En La Furia, Alex, una joven actriz, es violada en una fiesta en Noche Vieja y no reconoce a su agresor. Cuando acude a su hermano Adrián en busca de abrigo y compresión, éste reacciona cuestionándola y presionándola.
Así, Alex se distancia de su hermano y de todo lo conocido. A lo largo de un año vive sola el asco, la vergüenza y la culpa. Adrián, consumido por la rabia, toma sus propias decisiones en un camino cada vez más oscuro, muy lejos de lo que Álex necesita. Mientras, ella interpreta al vengativo personaje de Medea y encuentra en el teatro la única forma de canalizar su dolor y su ira.
Sobre la película
La Furia, el debut en el largometraje de ficción de Gemma Blasco. Una tragedia moderna con una personal mirada sobre la violencia sexual, el asco y la vergüenza protagonizada por Ángela Cervantes (ganadora de dos Premios Gaudí consecutivos a Mejor Actriz Secundaria por Chavalas y La Maternal), que interpreta a Alexandra; y Álex Monner (Pulseras rojas, Bajocero, ganador del Premio Gaudí a Mejor Interpretación Masculina Protagonista por Los niños salvajes), que da vida a su hermano en la ficción. Junto a ambos, La Furia cuenta con la colaboración especial de la actriz Ana Torrent (Cerrar los ojos).
Crítica de La Furia, de Gemma Blasco
Protagonizada por una Ángela Cervantes descomunal, la cinta narra el proceso de Alexandra, una actriz joven que es violada en una fiesta de Nochevieja y no logra identificar a su agresor. Desde ese instante, La Furia se convierte en una historia de silencios, de preguntas que no obtienen respuestas, de vínculos que se rompen y de cómo el teatro puede convertirse en una tabla de salvación. Porque sí, el personaje de Alexandra encuentra su única forma de exorcizar el dolor interpretando a Medea, y ahí, en ese paralelismo tan evidente, la cinta encuentra, en mi opinión, su mayor fuerza.
Blasco dirige con una gran sensibilidad, sin caer en el morbo ni en la pornografía del sufrimiento. Hay una contención que se agradece, una mirada honesta que evita los lugares comunes. Es en esos momentos en los que la directora parece decirnos: “no hace falta mostrarlo todo para que duela”. Y duele. Porque hay escenas que se quedan grabadas, como ese monólogo de la protagonista, seco, desgarrado, sin lágrima fácil. Solo verdad. Y cuando hay verdad, no hace falta adornarla.
Àlex Monner, como el hermano que no supo estar, también está fantástico. Su personaje —lleno de rabia, incomprensión y una necesidad enfermiza de hacer justicia por su cuenta— representa esa parte de la sociedad que, aunque con buena intención, se equivoca de camino. El contraste entre ambos hermanos funciona como motor narrativo y emocional de la película.
Las sombras de la película
Ahora bien, La Furia no es perfecta. Por momentos, su voluntad de denuncia social la lleva a subrayar demasiado algunos mensajes. Es como si la cinta no confiara del todo en que el espectador va a entenderla y necesitara recalcar sus intenciones. Ese exceso de obviedad empaña ciertos tramos del guion y la aleja del todo de la sutileza que sí logra en otros apartados. Además, el tramo final,si bien es bastante coherente, quizá no esté a la altura emocional del viaje que nos plantea.
Lo que sí funciona de forma incontestable es la idea de canalizar el trauma a través del arte. El teatro no es un simple recurso estético, sino una vía de escape legítima y visceral. Las escenas sobre el escenario, entre bambalinas o durante los ensayos, son sin duda de lo mejor de la cinta. Se respira verdad, se palpa el dolor que no se puede verbalizar en casa, pero que en escena se transforma en otra cosa.
La música de Jona Hamann y el diseño sonoro le vienen a la película como anillo al dedo, sin robar protagonismo pero potenciando la experiencia sensorial. Todo aquí parece haber sido pensado con mimo, y eso se agradece, especialmente cuando hablamos de un debut.
¿Estamos ante una película necesaria? Sí. ¿Redonda? No del todo. ¿Festivalera? Sin duda. Pero también profundamente honesta. Y eso, en los tiempos que corren, no es poco.
Es probable que veamos La Furia entre las nominadas en la próxima edición de los Goya. Aunque a nivel internacional, propuestas como la obra de Coralie Fargeat siguen siendo, en mi opinión la vara de medir del género, esta cinta española logra, con sus luces y sus sombras, hacernos reflexionar.