13 octubre, 2025
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El romanticismo como estética y forma de concebir la vida marcó la cultura europea del siglo XIX. Escritores como Goethe, Chateaubriand o Víctor Hugo imprimen una influencia innegable en este período. Walter Scott trajo la novela histórica y Alejandro Dumas la de aventuras por entrega. En música encontramos como representantes de este movimiento a Beethoven, Chopin, Mendelssohn, Schubert, entre otros. En la ópera desaparecieron los castrati y los tenores tomaron papeles relevantes, al igual que los coros. El nacionalismo también quedó incorporado en los temas escritos para estas interpretaciones escénicas.

Verdi en Nabucco avivó el nacionalismo italiano. Smetana y Dvorák tributaron al checo que repudiaba el dominio austrohúngaro. Richard Wagner, por otro lado, uno de los artistas más imponentes de su época, llevó los mitos germanos a niveles nunca vistos y en función de proyectar lo “auténtico” alemán sobre lo foráneo. Sus óperas Tannhäuser, Lohengrin o su tetralogía El anillo del Nibelungo estaban argumentadas sobre dichos mitos y sostenidas bajo la idea de “obra de arte total”, es decir, en la conjunción de la música, la poesía, la danza, la preparación escénica, la pintura y hasta la escultura en una creación. Wagner no solo componía, sino que escribía los libretos, escogía los cantantes, ideaba el escenario y el vestuario, estaba inmerso en todos los detalles de sus obras.

Su éxito ganó la admiración de muchos, entre ellos el rey Luis II de Baviera, que lo protegió. En 1872, este monarca le hizo construir en Bayreuth un teatro exclusivo para representar sus óperas y una mansión particular. Wagner fue un genio, un revolucionario en el mundo del arte, pero también un ególatra que logró crear en torno de sí un culto a la personalidad. Nietzsche terminó por distanciarse de él al incorporar a su credo elementos pararreligiosos y nacionalistas. Asimismo, criticó la influencia judía en la música y el papel de estos dentro de la cultura alemana. Esto sería usado anacrónicamente por Hitler en el siglo XX para sostener la supremacía alemana sobre los judíos.

La personalidad cuestionable de Wagner no oscurece su contribución innegable. Verdi, al conocer su muerte en 1883, dijo: “No discutamos. Es una gran personalidad que desaparece. Un hombre que deja una poderosa huella en la historia del arte”.

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