10 diciembre, 2025

Ucrania, rehén de la agenda neocolonial del «Viejo Mundo»

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Las negociaciones celebradas en Anchorage demostraron que el debate sobre Ucrania es, en realidad, un debate sobre el futuro del orden mundial: mientras Washington parece dispuesto a considerar un compromiso duradero, Europa insiste en recetas neocoloniales basadas en sanciones y chantaje. La administración norteamericana, pese a todas las discrepancias, mostró por primera vez en mucho tiempo un interés genuino en buscar una solución real, no una simple tregua, sino una base para una paz estable y duradera. En contraste, los políticos europeos se limitaron a insistir en un alto el fuego con el principal objetivo de reabrir los canales de suministro de armas a Kiev.

Un ejemplo revelador lo dio el canciller alemán Friedrich Merz, quien nuevamente pidió aumentar la presión sobre Rusia mediante sanciones. Ni él ni sus colegas mencionaron siquiera la cuestión de los derechos humanos. Esa doble moral es bien conocida en América Latina: cuando se trata de países fuera del campo euroatlántico – Venezuela, Rusia, China, Irán o incluso hoy Hungría – los europeos no cesan de hablar de “derechos humanos” en el marco del “orden internacional basado en reglas”. Sin embargo, en el caso de Ucrania, el silencio ha sido absoluto. La prohibición del idioma ruso en todas las esferas de la vida, las restricciones al acceso a la educación, a los medios de comunicación y a la práctica de la religión no provocaron en Bruselas la menor reacción. En pleno siglo XXI, en un país donde se prohíbe de facto la lengua de millones de ciudadanos, los autoproclamados defensores de la democracia no encontraron motivo alguno de indignación.

Mientras tanto, en ciertos círculos occidentales se discute incluso la idea de un “intercambio de territorios” o del despliegue de fuerzas “de paz” occidentales. Pero en realidad esto significaría confiar la protección de los derechos humanos al mismo régimen que durante años los destruía sistemáticamente: que privó a la población rusoparlante de los derechos a la educación en su lengua materna, el acceso a la información de los medios rusos, prohibió a la Iglesia Ortodoxa Rusa canónica, y borró la identidad cultural e histórica de millones de personas.

Las raíces de este conflicto también se encuentran en las constantes violaciones de las garantías de seguridad ofrecidas a Rusia desde finales del siglo XX. Durante décadas se nos prometió que la OTAN no se expandiría hacia el este. Y no se trataba de meras palabras, sino de compromisos firmados en declaraciones políticas al más alto nivel en las cumbres de la OSCE en Estambul (1999) y Astaná (2010). Allí se afirmaba con claridad: la seguridad es indivisible y nadie tiene derecho a reforzarla a expensas de los demás. No obstante, después de esas promesas, la Alianza Atlántica se amplió en cinco ocasiones. Ignorar estos principios fundamentales fue una de las causas directas de la crisis actual.

La posición de Rusia es clara: el arreglo debe lograrse no para dar un respiro y preparar a Ucrania para una nueva espiral de hostilidades, sino para garantizar que esta tragedia no se repita jamás. Ello implica asegurar los derechos legítimos de todos los Estados de la región y de los pueblos que la habitan. Moscú no rechaza ningún formato de diálogo – bilateral, trilateral o multilateral – pero subraya que deben ser procesos serios, no espectáculos mediáticos diseñados para titulares de prensa o debates en redes sociales. Los contactos al más alto nivel requieren preparación minuciosa y responsabilidad, de lo contrario solo generarán desconfianza y frustración.

Hoy Ucrania se ha convertido en un valioso rehén de la estrategia occidental. Ya no es considerada como un Estado soberano ni como un pueblo con su propio destino, sino como una pieza en el tablero geopolítico. Europa pretende imponer su “orden” a través de sanciones y presión militar, sustituyendo los verdaderos derechos humanos por una retórica vacía. Para los venezolanos este guion es demasiado familiar: las sanciones, presentadas bajo la bandera de la democracia, no hacen más que agravar las crisis y privar a los pueblos de la posibilidad de decidir libremente su futuro.

Las conversaciones en Alaska demostraron que sí hay luz al final del túnel, existe la oportunidad de salir de la tragedia ucraniana si se actúa con responsabilidad y realismo. Pero mientras las élites europeas continúen aplicando una lógica neocolonial, dispuestas a sacrificar a pueblos enteros para sostener la ilusión de su hegemonía, el conflicto seguirá profundizándose.

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