Simula y serás. Cuando la Imagen Sustituye lo Real.

En la era digital, nuestra percepción de la realidad ha sido profundamente transformada por una compleja operación de engaño y alienación que atraviesa todos los aspectos de nuestra existencia. Desde los avances tecnológicos de la prensa, pasando por la radio y la televisión, hasta la explosión digital contemporánea, hemos sido sometidos a un proceso sistemático que difumina los límites entre lo real y lo imaginario. Nuestro inconsciente ha sido sistemáticamente engañado sobre lo que cree ver, tanto por factores externos como por nuestra propia tendencia a autoengañarnos.
Históricamente, instituciones como la iglesia y otros poderes han utilizado funcionalmente representaciones, discursos, rituales y símbolos para manipular la percepción. Sin embargo, con la modernidad y el surgimiento de los medios de comunicación, esta situación mutó y se ha acentuado, generando una ruptura cada vez más profunda entre lo real y lo imaginario.
Se ha producido una separación progresiva entre la realidad y su representación, la imagen, que inicialmente era concebida como un reflejo de lo vivido, luego evolucionó a un enmascaramiento, y hoy ha llegado a ser pura simulación sin relación alguna con la realidad original. Por ejemplo, hasta hace unas décadas lo que no aparecía en los medios de comunicación, no existía.
Hoy eso se ha extendido a las redes. Hay además que resaltar como los anteriores medios de comunicación han mutado y se han integrado a una inmensa red de comunicación bidireccional mundial que se retroalimenta con los mismos contenidos que sus apéndices humanos producen constantemente. Esto es una circularidad virtuosa para el capital, que se reproduce tanto a través de las descargas cognitivas que producimos constantemente, o que se manifiesta en el tiempo de exposición a la pantalla, así como a la cantidad de contenido producido por ti diariamente en la pantalla.
En este contexto de análisis el concepto de simulacro se ha convertido en la piedra angular para comprender cómo la sociedad moderna en su consumo vertiginoso de energías y vidas produce y consume representaciones sin un referente original.
Ya no se trata de ocultar la verdad, sino de sustituirla directamente, creando una nueva dimensión que no se basa en la realidad objetiva. Los simulacros han adquirido un poder propio que trasciende su relación con lo real, generando un estado de “hiperrealidad” donde los signos y símbolos se han vuelto más importantes que la realidad misma.
Como advirtieron pensadores como Baudrillard, Eco y Perniola, la realidad se ha transformado en una “imagen sin original”, donde las imágenes son más reales que la realidad misma.
Esta cultura del simulacro permea todos los ámbitos de nuestra existencia. En la política, las campañas electorales se han convertido en elaboradas puestas en escena donde los candidatos presentan promesas vacías, creando la ilusión de cambio sin sustancia real, eso no importa nada, no existe más la incongruencia.
Las instituciones internacionales, como la ONU o la OTAN, mantienen discursos santificantes de estabilidad, cooperación y paz que contrastan dramáticamente con sus acciones concretas. Un ejemplo paradigmático es la OTAN, que se presenta como garante de la seguridad internacional y defensa, pero cada vez más pone en peligro los equilibrios internacionales, llevándonos a situaciones potencialmente explosivas.
Muchos gobiernos del mundo generan “simulacros” de transformación, usando la terminología de Baudrillard, donde lo importante es la apariencia del cambio más que su implementación sustantiva.
Así los gobiernos anuncian reformas educativas y sociales que son meros simulacros, programas superficiales que dan la apariencia de resolver problemas estructurales sin abordarlos realmente. Muchos gobiernos proclaman reformas integrales del sistema educativo frente a la digitalización y la inteligencia artificial, pero su implementación resulta limitada o sesgada, generando cambios mínimos o meramente simbólicos. Las políticas de bienestar social se presentan como soluciones a problemas sociales profundos, pero generalmente son medidas superficiales que no abordan las causas subyacentes.
Acuerdos internacionales como el de París sobre cambio climático ejemplifican perfectamente este fenómeno: se proclaman compromisos ambiciosos que nunca se materializan, creando una ficción de responsabilidad global. Los tratados de libre comercio se firman con promesas de crecimiento económico, pero si las regulaciones y barreras comerciales se mantienen y se convierten en meros simulacros de libre comercio. Las misiones de paz de la ONU, presentadas como soluciones a conflictos armados y crisis humanitarias, resultan generalmente insuficientes o incluso contraproducentes, como se ha visto en el caso de Haití.
La desrealización alcanza su expresión más íntima en la era digital. Las redes sociales se han transformado en el espacio perfecto para la proliferación de simulacros individuales. Cada usuario construye una imagen idealizada de sí mismo, muy distante de su realidad interior. El imperativo inconsciente se ha convertido en simular constantemente bienestar, alegría, realización y éxito, mientras en el cuarto oscuro lo que hay son identidades fragmentadas y un profundo vacío existencial.
Antes limitada a la publicidad tradicional, la cultura del simulacro ahora penetró cada resquicio de nuestra experiencia y epidermis. Ya no creemos ni siquiera en la materialidad de la realidad, la pantalla que absorbe nuestra conciencia se ha vuelto más real que cualquier experiencia física.
Un ejemplo emblemático que utilizaba Baudrillard era Disneylandia, un mundo de fantasía que oculta que toda la sociedad estadounidense es en sí misma un simulacro. Y otro el de la televisión que llegó a tener tal importancia que lo que no pasaba por sus pantallas no era considerado importante, un fenómeno que se ha radicalizado con las redes sociales contemporáneas.
Hoy los usuarios se canibalizan consumiendo constantemente imágenes de otros, inmersos en una dinámica simiesca de imitación y simulación.
Esta dinámica de las redes consume atención y energía individual, sin satisfacer ninguna necesidad real como comer, por ejemplo. Es un simple gasto de energía individual, sin retroactividad creativa o de vida.
Y así, mirando pantallas las consecuencias se naturalizan, la autenticidad se ha diluido en una permanente representación con máscaras. Los individuos sin darse cuenta, dependen cada vez más de validaciones externas, comparándose con imágenes simuladas. Hoy la existencia carece de un significado estable (ahora a reinventarse siempre) y se adhiere a cualquier simulacro momentáneo (imagen sin original).
En este contexto, la realidad se ha “desrealizado””, disuelta en un mar de imágenes y representaciones sin original.
Así como los poderes existen y se auto preservan más en la medida que se representan constantemente en la pantalla, y nosotros, como individuos, hemos aceptado este juego de simulaciones como nuestra nueva y única realidad posible.
Como sentenciara Gilles Deleuze, citado por John Belushi: “El simulacro es el producto de un sistema de control que no necesita de la realidad para ejercer su poder”. El simulacro se ha convertido en nuestra forma de existir, una existencia donde las imágenes en redes sociales son más “reales” que nuestra cotidianidad, donde la verdad ya no es importante y lo importante es participar.
“Simula y vencerás” Vegecio, siglo IV.