13 enero, 2025
Perpetuemos

Siempre hay razones para celebrar cuando de grandeza se trata. Y esa fiesta debe ser escenario para deliberar sobre las glorias de nuestro pueblo.

Hoy, con mucho orgullo, recordamos un gran acontecimiento que dio paso a la liberación definitiva de nuestra tierra.

Es bien sabido que la batalla de Carabobo, ocurrida el 24 de junio de 1821, fue determinante para romper las cadenas que nos sujetaban al poderío español, pero es incierto creer que hasta allí llegaba un expediente de tres siglos de dominación hispana.
Una vez derrotadas las fuerzas reaccionarias en aquella sabana gloriosa —en la cual Pedro Camejo, mejor conocido como Negro Primero; Ambrosio Plaza; Manuel Cedeño y otros centenares regaron su sangre—, los realistas huyeron a Puerto Cabello, Coro y Maracaibo.
Meses posteriores, se tuvo que desplazar parte del ejército patriota para finiquitar a los mandones extranjeros. De no ser así, ¿cómo se explica una disputa de gran importancia acometida dos años y un mes en el Zulia histórico?

Tan consciente estaba el Libertador Simón Bolívar de la importancia de Maracaibo que ya la había manifestado a Sucre, en mayo de 1823, lo sensible que era el rescate de este bastión realista.

Sabía que si se hacía la escuadra monárquica de esta región se perdía el avance alcanzado en Nueva Granada, Venezuela y el continente.

Ese combate naval del 24 de julio de 1823, entre la escuadra perteneciente a Colombia, la grande, y la Armada española, es un acontecimiento sin precedentes que debemos recordar.

Nos referimos al careo entre un José Prudencio Padilla, neogranadino, mulato y de sobrados méritos por nuestra independencia, contra el capitán de navío Ángel Laborde y Navarro.

Esa refriega que ocurrió en el lago de Maracaibo favoreció al bando patriota tras derrotar a la escuadra española.

Pero no se piense que tamaña hazaña fue sencilla: desde principios de mayo de 1823, Padilla se hacía con el estrecho de Maracaibo, garantizando en una semana la toma de castillos y la boca del río Socuy.

Por las intervenciones de oficiales de ambos bandos, con triunfos y reveses, en Punta de Palmas, Puertos de Altagracia, Capitán Chico, el puerto de Moporo, entre otros lugares, se acercaba el gran enfrentamiento.

En el bando republicano José Prudencio Padilla comandaba en el mar y Manuel Manrique dirigía en la tierra hasta el arribo de Mariano Montilla para completar la ecuación triunfadora.

Ese 24 de julio, Padilla daba directrices a su oficialidad sobre la dinámica de las naves en el marco del combate definitivo.

Todo arrancaba a las 3:30 de la tarde.

Una reyerta hasta la 6:00 de la tarde cambiaría el rumbo de la historia.

Más de 800 muertos del bando realista daba la victoria a partidarios de la emancipación.

Al último capitán general de Venezuela, Francisco Tomás Morales, le quedaba la rendición.

Así capitulaba, con una benevolente y humana consideración de la fracción republicana, el oficial realista el 3 de agosto de 1823.

No olvidemos que quienes luchamos por nuestra independencia actualmente somos legítimos herederos y herederas de Domitila Flores, de Ana María Campos, de Pedro Lucas Urribarrí, y de otros y otras que nos enseñaron que pueblos conscientes siempre derrotan decadentes imperios.

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