9 septiembre, 2024
De San Remo a Caracas

A las once de la mañana del 10 de agosto de 2024, las tristes campanas dieron al viento sus ecos. El corazón de Elizabeth Leal dejó de latir para que su alma emprendiera su vuelo “hacia el confín hondo y sereno del azul”. Partió a la eternidad una amiga, y cuando digo amiga lo digo con cada letra orlada con los tesoros más hermosos que habitan en los corazones sensibles. Nuestra amistad siempre tuvo un cariz de otra edad, y una familiaridad de indefinible matiz. En su esencia acrisolaba la tabla periódica de los sentimientos. El apellido de Elizabeth no es casual porque su lealtad nunca dependió de las circunstancias sino de la permanencia de los principios.

Ya no tendré su mano segura que solíamos estrechar con sentimiento de plena confianza en su lealtad de amiga, madre, luchadora, tutora. Ya no tendré el pecho donde mi cabeza reposó oyendo el latir de la entraña que enaltecía el cobijo.

No nos dio tiempo de celebrar la victoria de David. A ella le molestaba que los seguidores de Goliat se apropiaran de las palabras libertad y fe. Coincidía con los enemigos en las frases: “Venezuela libre” de fascismo y pedía ayuda a los pueblos y gobiernos del mundo que quieren emanciparse con un “SOS Venezuela”.

Solía colocar en su hoja de vida: “militante del Colectivo 114, en el cual me desenvuelvo como pedagoga rodrigueana, ideóloga, editora y correctora de textos”. Era doctora egresada del Instituto Pedagógico Latinoamericano y del Caribe creado por Luis Antonio Bigott a solicitud de Fidel. Fue diputada por Guárico no como representante, sino como vocera de un pueblo.

Elizabeth, tu otoño siempre fue una primavera. Tus clases siempre quedarán en la conciencia de quienes te conocimos. Tus lecciones de vida convierten hoy el funesto ocaso en el más adonis sol. Ya no tendré quien corrija mis escritos. No quiero imaginarme cómo estarán Sandra y Silvia y cómo tu amado Emilio. Hoy, con tu alma en el infinito éter, un céfiro se enternece. Gracias por tu lealtad, por tus consejos, por tus regaños, por tu sonrisa.

-¿No me has hecho un palíndromo, Alí? Me reclamaste aquella mañana– Con Elizabeth es difícil, tú sabes, esa z, esa t, esa h, le respondí. – Lo supuse, me gustan los palíndromos porque parecieran extraídos de las mentes absurdas de Gógol, Kafka, Carroll, Camus, Ionesco. Parecieran escritos en los sueños, son locos. Para ti, amada amiga, te dedico este palíndromo onírico: “La elogiosa nana amada, madama. Ananás oigo, Leal”.

Ver fuente