Escritura terapéutica como regalo de cumpleaños
Últimamente se habla mucho sobre la “escritura creativa” o “escritura terapéutica” como una forma de liberar los pensamientos o emociones que no se pueden expresar verbalmente.
Pero, en realidad, la psicología utiliza la escritura desde los años 80 precisamente como una herramienta para ayudar a los pacientes a conocerse mejor, reforzar la autoestima, trabajar los pensamientos recurrentes o mejorar las relaciones interpersonales.
Yo he escrito “terapéuticamente” desde que tengo uso de razón.
Cuando era niña, en navidad, siempre pedía de regalo una agenda de las que traían un candadito, para así poder plasmar libremente todo lo que pasaba por mi mente.
En el colegio, cuando algo me molestaba, apelaba a la página final del cuaderno para soltarlo todo. También le escribía cartas a mi mamá cada vez que peleábamos. Con mis amiguitas, era igual.
Sin embargo, no era un ejercicio consciente o, mejor dicho, no tenía una base teórica que definiese qué eso era lo que yo estaba haciendo y que hacerlo me traería tales o cuales beneficios.
Era, la verdad, una forma de no explotar y arrasar con todo.
A principios del año pasado esto cambió de la forma menos pensada. Me inscribí en un programa de entrenamiento online para intentar aprender ciertas técnicas y crear la fulana “masa muscular”.
Para mi sorpresa, el reto incluía todo un trabajo mental (así como un fuerte compromiso con el descanso) que iba desde crear listas, celebrar cada ‘check on’, ver tales o cuales conferencias/documentales, etc, y por supuesto: escribir.
Al despertar, redactábamos una suerte de “Morning Pages”, una técnica planteada por Julia Cameron en su libro ‘El camino del artista’ publicado por primera vez en 1992.
Los ejercicios incluían cuestionarios y demás. De hecho, antes de acostarse también había que elaborar un lista de cosas que agradecíamos del día transcurrido.
En fin, yo, que soy de esa gente que termina el libro o la película aunque no le esté gustando, realicé mis tareas, aunque con cierta resistencia.
Ese “rechazo” era la forma de darme cuenta que algo me estaba incomodando o doliendo y por eso mi mente reaccionaba diciendo:
¡Que estupidez! ¿Qué tiene que ver esto con sentadilla búlgara o peso muerto rumano?
El punto es que hace un par de días me tropecé con el cuaderno que utilice durante aquellas semanas.
Decidí ojearlo y me encontré con una Jessica que ante el “enumera 5 cosas que odias y 5 que amas de ti a nivel físico, y otras 5 y 5 en términos generales” puso 12 en la lista de odios y solo 3 en la de gustos.
Esa versión de mi era incapaz de tan siquiera reconocer 5 aspectos lindos de su cuerpo o 5 características positivas de su forma de ser. En cambio, si puso que detestaba sus piernas gruesas, su tamaño, su impaciencia, volatilidad, ansiedad, etc.
Ni hablar de los textos donde debía escribirme a mí misma. La rudeza era tal que me dolió releerlos. Incluso me dije en voz alta: “Ya va, pero yo no pienso esto de mí, yo no soy así”.
El reencuentro con esa parte de mi me sirvió para entender que algunos pensamientos no nos definen.
En efecto, la idea que tenemos de nosotros mismos está fabricada por ese diálogo interno. De tanto repetirnos que somos brutas o feas, terminamos por creerlo, pero no necesariamente es así.
La parte final del programa consistía precisamente en notar cómo la mente te engaña, normaliza y asume pensamientos subjetivos, limitantes, exagerados, catastróficos, etc, que surgen prácticamente de manera automática, como si fueran verdades absolutas: no sirvo para esto, no soy capaz, no puedo, todo va a salir mal.
Para lograrlo, había una suerte de truquitos: preguntarte qué hay de cierto en eso que dices, qué es lo peor que podría ocurrir, qué es en realidad lo más probable que ocurra, qué necesitas para sentirte más segura, etc, etc.
El hecho es que este sábado 13 cumplo años y mi cumpleaños suele ser un hervidero de esos malos pensamientos. Tal vez por eso “la vida” puso ese cuaderno nuevamente ante mis ojos, en una suerte de intento de hacerme recordar que yo no pienso eso de mi, que he transitado por muchos caminos, observado, aprendido, que me gusta quien soy… aunque mi mente a veces me sabotee.
PD: En esta misma onda de la escritura terapéutica, les recomiendo la miniserie ‘Las cosas por limpiar’ (Maid), basada en ‘Maid: Hard Work, Low Pay and a Mother’s Will to Survive’’ un libro autobiográfico de Stephanie Land que se convirtió en bestseller en 2019.
Por: Jessica Dos Santos
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