El amor y la palabra en tiempos convulsos
El amor es una herramienta para leer la historia de una forma más humana. La Segunda Guerra Mundial es una evidencia de eso. Ni siquiera durante el mayor conflicto armado de la historia de la humanidad, donde murieron más de 50 millones de personas, el amor desapareció.
En aquel terrible periodo, murieron más hombres que mujeres, y el desajuste entre sexos aunado el horror de la guerra, provocó que la natalidad cayera y disminuyera el número de matrimonios. Sin embargo, la gente seguía enamorándose.
De hecho, acudían a Registros Civiles ubicados en sótanos asquerosos para celebrar sus uniones y recibir un certificado risible en un papel de pésima calidad.
Según la Dirección del Registro Civil de Moscú, en 1941 se registraron casi 44.000 matrimonios. Un año después, en el recrudecimiento de la guerra, fueron 12.500; pero en 1943, subieron a casi 17.500; y en 1944, alcanzó los 33.000.
“Esto tiene una explicación. Mientras que a principios de la guerra la gente confiaba en que el conflicto duraría poco y simplemente trataba de sobrevivir, al cabo de unos dos años ya fue evidente que la guerra no iba a terminar enseguida y que había que tirar adelante un proyecto de vida. Porque el ser humano no puede limitarse a sufrir siempre, incluso durante la guerra quiere enamorarse“, escribe la psicóloga Elena Gálistakaia.
Esto incluía tener hijos. Hoy, algunas parejas no lo hacen hasta que no cuentan con todas las condiciones socioeconómicas que consideran necesarias, otros hasta se cuestionan traer bebés a un mundo tan caótico.
Pero, muchos entrevistados de la época afirman que deseaban vivir eso, mientras más tristeza más anhelaban ser felices.
Tal vez por eso el cine y la literatura, basándose en historias reales o ficcionadas, se empeñan en mostrarnos cómo en medio de grandes conflictos bélicos, en el fragor de la batalla, en el espacio ocupado por la tragedia, siempre queda un hueco para el amor.
En la gran pantalla lo hicieron recientemente en ‘Gernika’ (2016), pero antes tenemos algunos filmes considerados clásicos como ‘Adiós a las armas’ (1932) y ‘Por quién doblan las campanas’ (1943), basados en las obras de Ernest Hemigway.
También ‘Alas’ (1927), ‘Guerra y paz’ (1956), ‘Doctor Zhivago’ (1965), ‘La calle del adiós’ (1979), ‘Yanquis’ (1979), ‘El año que vivimos peligrosamente’ (1982), entre otras.
Hay historias mucho más cercanas como el amor entre Miguel Ángel y Laura Leticia. Él tenía 24 años, integraba la brigada 601 de Mar del Plata, y respondió con arrojo al ser reclutado para la Guerra de las Malvinas.
A los dos meses de iniciado el conflicto, se enteró de que un misil inglés acabó con sus 4 mejores amigos, a dos de ellos los conocía desde la infancia.
La pena lo estaba matando, hasta que llegó Martín, el hombre encargado del correo, sacó de su morral un sobre al azar y se lo entregó.
Era una carta de Laura Leticia, una joven que había escuchado por radio que la población argentina podía escribir cartas y enviarlas para cualquier soldado que no estuviese recibiendo correspondencia de nadie, como una forma de ahuyentar el miedo, la soledad.
La carta, aunque iba dirigida a cualquiera, se sintió hecha para él. Por eso, no dudo en responder. La guerra terminó dos semanas después pero las cartas siguieron durante más de tres años. Luego, vino el matrimonio y los hijos. Él es un héroe de las Malvinas y ella también, las palabras lo son todo.
En estos tiempos de conflictividad, intentemos usarlas de forma inteligente, sensible, terapéutica, recordando que son tan salvadoras como letales.
Por: Jessica Dos Santos
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