Amiga mía, reina de cuento infinito

Tibi querida
Los cuentos, las leyendas y los mitos son consubstanciales a las cosmovisiones de cualquier cultura en un tiempo y un territorio. Esto se expresa cotidiana y popularmente en proverbios y refranes. Ellos nos hablan de la ética de la comunidad y los individuos; de sus sistemas de creencias y valores, plataforma sobre la que construimos las relaciones humanas, sociales y personales.
Dichos que expresan la modernidad secularizada, sus mitos y cosmovisión, tan irracionales como el sistema económico de acumulación de capital y opresión social, infinita y total. “La mano invisible del mercado”, “el tiempo es oro”. No pueden ser cosas de gente cuerda.
La modernidad ha convertido a la antemodernidad en rémora preterida e inferior. Con dioses falsos e improbables y con un sistema de valores periclitado. Nada que ver con los nuevos dioses del mercado, el capital, la ciencia moderna y el dinero. Con los valores de eficiencia, competitividad, éxito, productividad y la necesaria resiliencia que lleva aparejada esta estructura.
La burguesía logró destrozar el Antiguo Régimen en Europa, acabó con las relaciones idílicas. Casi extingue la comunidad y con ella los valores de reciprocidad, complementariedad y solidaridad; actitudes de lealtad, fidelidad, humildad, templanza, servicio, cuido, sanación, autoridad, protección, desprendimiento, sacrificio, gracia, valentía, dignidad, virtud y honor.
Todos estos valores trascendentes coloreaban el tono de la vida de Tibisay Lucena, ella imprimía esa coloratura a sus relaciones, incluso con el poder y con las miserias humanas.
Su absoluta comprensión de “la razón de Estado” y su alto sentido democrático, me inclinan a representarla como una reina republicana, sabia, situada más allá del bien y del mal que logra sostener en equilibrio la balanza. Ésta sólo puede ser inclinada por la potentia popular.
Cultivamos una pausada y profunda amistad, amorosamente fraternal. No tuvimos “ni un sí ni un no”. No nos permitimos esa indiferencia. De manera que primero tuvimos “un no” y luego “un sí”; cumplí con el ritual, comprobé valores e hice los votos y ella me invistió caballero y me nombró príncipe, con “tendencia irreversible”. Era nuestro juego infantil de castillo medieval.
Estuve desgarrado y perdido, Tibi me tomó entre sus manos, me curó las heridas y me sanó, y la amé… más. Como la aman los seres luminosos que la rodean y este faro infinito que somos como pueblo.
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