18 febrero, 2025

A Real Pain (2024) crítica. Cómo salir del cine con una sonrisa en la cara y el alma rota en mil pedazos

A Real Pain (2024) crítica. Cómo salir del cine con una sonrisa en la cara y el alma rota en mil pedazos

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En muchas ocasiones, probablemente más de las que me gustaría, es tremendamente complicado expresar con palabras tu opinión sobre una película. Curiosamente, y aunque pueda parecer contradictorio, este escenario no se da cuando te ha causado la suficiente indiferencia —ya no digamos desagrado— como para poder evaluarlo con cierto distanciamiento y perspectiva.

Cuando los pensamientos concretos y más o menos racionales no terminan de fluir es cuando, además de haber terminado maravillado por sus cualidades objetivas, el filme ha calado hondo por motivos más personales que estrictamente cinematográficos. Esto es precisamente lo que me ha ocurrido con ‘A Real Pain’, el segundo y magnífico largometraje dirigido por Jesse Eisenberg; pero como uno es profesional, va a intentar encontrar la lógica tras el milagro.

Sencillez como sinónimo de emoción

Tras varios días dando vueltas a sus precisos y ajustados 89 minutos de duración, y aún con el corazón encogido, la primera conclusión a la que he conseguido llegar es que si la cinta me ha tocado como pocas lo han hecho últimamente —puede que ‘Vidas pasadas’ haya sido la última hasta la fecha—, es por el equilibrio casi imposible entre comedia y drama que alcanza Eisenberg, que también escribe.

Es tan curioso como digno de elogio que ya no en una misma escena, sino en una única línea de diálogo o en una interacción entre personajes, la amalgama de sensaciones nos invite a esbozar una sonrisa o, incluso, a reír a carcajadas mientras se nos parte el alma al mismo tiempo. Pero si el cineasta merece todo el reconocimiento posible es por no haber optado por lo lacrimógeno o efectista para lograrlo, sino por la más austera sencillez.

Formal, narrativa y lingüísticamente, estamos ante una película que parece pasar de puntillas sin renunciar a la efectividad. La dirección de fotografía de Michal Dymek —responsable de la visualmente exquisita ‘La chica de la aguja’— apuesta por el naturalismo y por los exteriores-día casi como leitmotiv, la puesta en escena no hace grandes alardes de creatividad, el montaje es —como debería ser siempre— totalmente invisible y sin subrayados obvios e innecesarios…

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‘A Real Pain’ es una película sutil que, sin hacerse notar, va escarbando poco a poco su camino hasta el corazón del espectador para quedarse dentro, probablemente haciendo algo de daño, durante una buena temporada. Y si esto es posible en última instancia, es por su riqueza temática y la sensibilidad con la que articula sus discursos, girando en torno al viaje a Polonia de dos primos que buscan conectar con sus raíces en un tour sobre la II Guerra Mundial.

De este modo, Eisenberg desarrolla un estudio sobre la herencia del Holocausto, la complejidad de los vínculos familiares y afectivos, el sentimiento de culpa e incluso la maquinaria del turismo de la tragedia y la banalización de los símbolos. Pero si la producción tiene este título es porque su eje central es el dolor; ese que hemos sentido todos en algún momento, con mayor o menor intensidad, y que hemos proyectado de maneras radicalmente diferentes. Y aquí es donde la cosa se pone personal.

Porque si el largometraje termina enamorando es por su aparente facilidad para generar una empatía que nos proyecta de forma instantánea en su pareja de protagonistas. Dos personas redondas y complejas que sobrellevan sus vidas abordándolas de maneras casi antagónicas y que atesoran esa complejidad que llevamos dentro todos los seres humanos y que todos los personajes, al menos sobre el papel, deberían poseer.

Captura De Pantalla 2025 01 13 A Las 10 19 23
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Un dúo cuya dinámica juega por momentos en la línea de la divertida ‘La extraña pareja’ de Walter Matthau y Jack Lemmon, que destila tragedia y naturalidad y que termina elevado gracias a las interpretaciones del propio Eisenberg y de un Kieran Culkin cuyo Globo de Oro al mejor actor secundario está más que justificado.

Y es que, con su mirada en el plano que cierra el largometraje, el actor deja claro que esta pequeña película indie, de esas que parecen «no ir de nada» y ser ligeras y aparentemente inocuas, encierra más capas, más poso y más dolor de lo que, al igual que ocurre con su personaje, sugiere su amable fachada.

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