25 septiembre, 2025

‘Poquita fe’, temporada 2 (2025), crítica | Sigue siendo la mejor comedia española de la década. Una hilarante radiografía de la clase media que confía en la inteligencia del espectador

'Poquita fe', temporada 2 (2025), crítica | Sigue siendo la mejor comedia española de la década. Una hilarante radiografía de la clase media que confía en la inteligencia del espectador


Hay veces donde, simplemente, todo encaja. Un guion ácido sin metomentodos ejecutivos poniendo pegas, unos actores en estado de gracia, unos directores con un estilo narrativo único, un público dispuesto a aceptar nuevas ideas… La primera temporada de ‘Poquita fe’ acertaba tanto en todo lo que intentaba hacer que parecía un milagro audiovisual. De hecho, era inevitable no tener un poco de miedo por la segunda entrega y temer que la serie de Movistar Plus+ acabara repitiéndose a sí misma hasta estomagarse. Por suerte, Pepón Montero y Juan Maidagán saben muy bien lo que están haciendo al crear episodios tan icónicos como perfectos. Una vez más.

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Vuelven las magdalenas

Hasta ahora, ‘Poquita fe’ había narrado la crisis absoluta de cariño y cuidados de una pareja madura de larga duración, entre sofás que se hunden, jerseys feísimos y leche con magdalenas. La temporada 2 podría haber ahondado en sus problemas emocionales y amorosos, pero después del final ideal con el que nos dejaron, sería redundar en una trama solucionada. En su lugar, y como perfecta disección de las parejas españolas de clase media-baja (la mayoría, para qué nos vamos a engañar), esta vez se centran en sus dificultades para encontrar un sitio en el que vivir.

Con este simple -pero efectivo- punto de partida, José Ramón y Berta continúan con sus miserias, sus diálogos apesadumbrados y sus paranoias de estar por casa, mezclados al alimón con todo tipo de pequeños running gags y sketches que no deberían funcionar, pero lo hacen: el jersey de alpaca, los unboxings, las pintadas callejeras, la fiesta en una casa excesivamente pequeña… Montero y Maidagán, lejos de repetir o tratar de imitar a otros, han sido capaces de crear un nuevo lenguaje audiovisual propio, un análisis claro pero certero de la España de 2025 para los que ya peinamos canas.

No hay escena en esta temporada de ‘Poquita fe’ que no sea hilarante, ni chiste que no acierte: cada situación está tan pulida, y los personajes tan bien caracterizados, que es imposible no acabar a carcajada limpia varias veces por capítulo, explotando el absurdo vital de unos protagonistas abocados a tener sexo aprovechando los gritos de sus padres, tener celos de príncipes de cuento o observar anonadados la aparentemente vibrante vida de los que les rodean, desde una hermana aficionada a las orgías hasta una amiga casquivana que ha decidido no parar en su incesante búsqueda del placer. La mezcla de humor costumbrista con situaciones absurdas y del sinvivir de la rutina con la magia de lo inusual hacen de esta una de las mejores series (así, a secas, sin añadir «cómicas») del año y la mejor comedia española de la década. Hay que verla para creerla.

Llegando a nuevas Cimas del humor

Los creadores de la serie son muy conscientes de que el mayor escollo ya ha pasado: los espectadores tenían que acostumbrarse a su demente estilo narrativo, y una vez conseguido, han podido intensificarlo. Esta nueva entrega tiene más historias cortas desligadas de la general de cada episodio, más entrevistas a cámara, más running gags que requieren la atención completa del espectador durante media hora. Es el refinamiento absoluto de una fórmula inagotable y que se atreve a hacer lo que muchos otros dudarían: arriesgarse, tirarse al vacío y apostar todo a la creatividad y el humor más personal.

Porque, ante todo, ‘Poquita fe’ es una serie con personalidad propia que nunca duda en ir más allá de lo que cualquiera de nosotros le pediría. Es inconformista por naturaleza e hilarante por definición. Y nada de esto sería posible sin una pareja protagonista fascinante, ideal y ya acomodada en sus papeles: Raúl Cimas y Esperanza Pedreño, que parecen haber nacido para interpretar a José Ramón y Berta, dos eternos perdedores que, en el fondo, representan mejor a España que cualquier drama intimista de festival. 

La temporada 2 es todo lo que los fans esperamos y mucho, muchísimo más. Cuesta encontrarle pegas (quizá, acaso, algún personaje un poco deshilvanado en los primeros 4 episodios, como la hermana de Berta), y es un halago de los gordos: la demostración de que sigue habiendo comedia española que va más allá de lo familiar o lo chabacano. Solo necesita que la dejen volar libremente, desplegar todo su potencial, crecer en los corazones de la gente. Hace falta tenerle, bueno, un poquito de fe.

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