Neologismo

Si la realidad es cambiante, la lengua también lo es. Situaciones nuevas demandan palabras que se aproximen a un contexto hasta ese momento desconocido.
Nuestra cotidianidad está llena de ejemplos de este tipo: voces que se hacen de utilidad cotidiana para designar objetos o acciones que apenas aparecen. Esto nos remite a los neologismos, o sea, a palabras o expresiones para registrar cosas o acontecimientos inéditos.
Los neologismos son paridos por la necesidad y debido a sus empleos serían asumidos con total normalidad por los diccionarios, entrando por la puerta grande de los “custodios” del idioma. Los neologismos nacen de locuciones ya existentes, de disciplinas científicas, de préstamos extranjeros, de combinaciones, de usos metafóricos, generalmente.
Pitiyanqui y su derivado pintiyanquismo, durante un tiempo fueron neologismos y hoy lamentablemente son una terrible concreción, un prosaico proceder.
El cognomento pitiyanqui fue prohijado en Puerto Rico en las décadas de los 40 y 50 del siglo pasado, cuya paternidad se le confiere al poeta y periodista Luis Lloréns Torres. El origen de la palabra sería un tremendismo del boricua: del francés petit (pequeño) y el término yankee.
Pitiyanqui se asocia con el “imitador del estadounidense”. Igualmente, es considerado un “nombre despectivo que se da al emulador servil y bajo de los yanquis”, o como a una especie de remedador rastrero “de las costumbres y modo de ser del pueblo de los Estados Unidos”.
En nuestro país sería el historiador Mario Briceño Iragorry quien pondría en uso este vocablo. En su artículo «Léxico para antinacionalistas», del 9 de julio de 1953, lo interpondría para aludir a “los compatriotas prestados a hacer el juego a los intereses norteamericanos, en perjuicio de los sagrados intereses de Venezuela”. Su sinónimo bien podría ser yanquito o yanquizuelo.
Si el escenario que vive la Venezuela actual es sui géneris, entonces estas horas cruciales nos emplazan a ver en la lengua un vehículo eficaz -explicativo, ilustrativo- de una circunstancia delicada en la cual la oposición enfermiza es prácticamente incalificable.
Ignoro si pitiyanqui es un adjetivo que baste para nombrar a los irracionales de marras. Creo quedarme corto. Bien sea porque el entreguismo traidor, vendepatria, delincuencial, criminal, apátrida, desleal, malagradecido, alevoso, pérfido, infame, infiel, indigno, falso, perverso, engañoso, felón, prostibulario, malinchista y despreciable de los susodichos no tiene precedente en los anales de nuestra historia; ni en el año aciago de 1902, cuando nuestras costas fueron bombardeadas por un canallesco boicot angloitaloalemán. Para ese instante, hasta el mismísimo José Manuel “El mocho” Hernández cerraría fila con su acérrimo enemigo, Cipriano Castro, deponiendo toda diferencia política para poder proteger “el sagrado suelo de la Patria”. Y eran horas de guerras civiles irreconciliables. Pero, privaría la convocatoria a la defensa de la nación.
Propongamos otros neologismos que estimen a esa adversa minoría que odia al país, que aplaude el bloqueo y vocifera a potencias extranjeras la urgencia de derramar sangre venezolana. Esa que llama a la invasión y al exterminio fratricida. Hagamos propuestas. Coloco el término “mariacorinismo” en la mesa ¿Qué tal? ¿Quién dice otro?
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