Mía, una gatita tabby que «eligió» a su familia

El 17 de junio de 2020, fui al banco, porque tenía que cambiar mi tarjeta en el Centro Comercial Concresa. Nada fuera de lo común, todo iba “aparentemente normal”. Pero al salir, mi papá y yo vamos caminando por el estacionamiento hacia el carro y señaló hacia un lado y me dice: Mira.
Ahí estaba ella. Una bolita de pelos, una gatita bebé, con esos ojos enormes que te derriten y penetran en el corazón. Pero yo no quería un gato, no quería complicaciones, así que le dije a papá: -¡Sigue! Papá, no veas, no veas. (Le insistí, como si ignorarla hiciera que desapareciera).
No funcionó, obviamente.
Cuando volví a buscarla, ya no estaba. Di vueltas, pregunté a la gente si era de alguien, pero todos negaban con la cabeza. Entonces, me preocupé, porque un estacionamiento y una gatita bebé no son compatibles, la podían atropellar.
Llegamos al carro, ahí estaba, como esperándome. No se movía, solo me miraba, como si estuviera segura de que yo era la persona, la “elegida”.
Me acerqué con cuidado y ella de manera sorpresiva, se paró en dos patitas a modo de “cárgame” levantando sus paticas”…sin dudarlo, la cargué y la sostuve entre mis brazos. Era una bolita de pelo tan liviana que apenas la sentía. Mi plan inicial era dársela a un amiga. Pero una vez en mis manos, supe que Mía ya había tomado una decisión: ella se quedaría conmigo.


Desde el primer día, Mía era dulce y dormilona. Comía de todo, pero con el tiempo se volvió más exigente, y ahora solo acepta su gatarina. Siempre intenté darle hígado, se lo come, pero ella prefiere las pepitas. Tiene su propia personalidad y la deja clara en cada oportunidad.
Durante un tiempo, Mía era la única gatita en la casa y ese era su reino. Dormía donde quería: en la cama, en el clóset, en cualquier rincón que se le antojara. No había reglas, porque ella era quien mandaba. Hasta que llegó Chico, mi otro gato.
El primer encuentro fue todo menos pacífico. Se pelearon como si se conocieran de vidas pasadas y tuvieran cuentas pendientes, al estilo de las comiquitas que ves los pelos por todo lados y una bola en la que ambos gatos están fundidos en uno solo, en plena acción.
Con el tiempo, eso mejoró, se fueron acostumbrando el uno al otro. Aunque eso no significa que Mía aceptara compartir su reino.


Empezó a salir más. Siempre había entrado y salido libremente, yo vivo en casa y me preocupaba que se perdiera… aunque debía confiar, empezó a acentuarse su ausencia y mi estrés. Ahora desaparecía por más tiempo.
A veces pasaba la noche fuera, y yo, como una loca, recorría las calles en pijama a las dos de la mañana, llamándola. Una noche la encontré comiéndose un ratón y casi me desmayo, ¡Mía, por Dios, ven acá! Cosas de gatos que los humanos no entendemos.
La cosa se complicó cuando comenzó a meterse en una casa con rejas muy pequeñas, donde no podía alcanzarla. Ahí entendí que no podía seguir persiguiéndola a diario. La encerré en su cuarto (sí, porque en realidad es suyo, no mío), y poco a poco fue acostumbrándose de nuevo a la rutina de casa y ahora nunca sale del cuarto, aunque deje la puerta abierta.


Mía es cariñosa, sobre todo con Linda, mi perra. Se acerca, la ama, la lame, la quiere. Pero también es un poco antipática cuando quiere. De hecho, en las noches duerme conmigo y con mi esposo, puede tornarse antipática y “evitar” que estemos juntos. Si puede, se mete en medio, nos separa con sus patas y se acomoda como reina absoluta. Mía, por favor, le digo, mientras intento respirar sin tragarme sus pelos.
El año pasado, en una visita al veterinario, le diagnosticaron problemas renales. Ahora requiere cuidados especiales, pero sigue siendo la misma gata decidida, amorosa (cuando le conviene) y dueña absoluta de la casa.
Ahora procuro que coma alimento especial, ese renal, que suele ser costoso y le meto el hígado lo más que puedo, quiero que viva muchos años y que esté sana. Si eso implica ir cambiando cada vez más sus hábitos alimenticios; seguiré intentándolo.
Mía no solo encontró un refugio aquel día en el centro comercial. Encontró una familia. Y, aunque llegó sin invitación, ya no hay manera de imaginar la casa sin ella.