Masturbación intelectual, cuando la erudición se vuelve vacía

“Existen muchas formas de masturbarse” Charles Bukowsky
Pasó la modernidad, la postmodernidad, y aparentemente entramos en la hipermodernidad. No sabemos bien donde estamos, y esto nos lleva a atrevernos a usar palabras de un contexto en otro, -porque ahora todo se vale- a ver si se genera alguna riqueza en el análisis. Un poco para salir del aburrimiento del traficar cotidiano de las cosas, de las frases y palabras dogmas, de los discursos banales, y de las melodías tontas que se repiten en la red. Por esto el título aparentemente paradójico por no decir curioso. Y me perdonan si hago algunas referencias casi obligatorias con el sólo fin de ser lo más claro posible.
El término «masturbación intelectual» adquiere un matiz irónico cuando se aplica a textos que, pese a su aparente profundidad, carecen de sustancia o utilidad. Como señala Judith Butler: «El lenguaje técnico a veces es necesario para precisar ideas que el sentido común simplifica» (Butler, 1990), pero la masturbación intelectual es otra cosa.
Ejemplos claros son los muchos catálogos de exposiciones de arte saturados de jerga críptica. O esos textos académicos que priorizan la exhibición casi “pornográfica” de la erudición sobre la claridad, el sentido y el objetivo. También están los discursos que disfrazan verdades banales con retórica sofisticada.
Cantinflas tenía razón. Todas estas manifestaciones tienen el fin de decirte o darte a entender que el que escribe está en una posición de entendimiento superior, una posición de poder. Estas prácticas reflejan lo que el filósofo Theodor Adorno llamó «jerga de la autenticidad»: lenguaje que se auto celebra, pero no comunica y se presenta como una barrera para el pensamiento crítico (Adorno, 1964).
Los textos de los catálogos de las exposiciones suelen caer en descripciones como: «La obra transgrede la dialéctica posestructuralista mediante un gesto ontológico que desmaterializa el locus del sujeto neoliberal». Este lenguaje, lejos de iluminar, oscurece, se convierte el lenguaje en un juego de palabras para iniciados donde lo importante es sonar inteligente.
En otras palabras, en este rito sociocultural el texto incomprensible del catálogo -la masturbación intelectual- desarticula cualquier posibilidad de discernimiento y comprensión volviéndose farsa que retroalimenta el evento social y el ego tanto del artista como del “critico” que argumenta una comprensión exquisita.
Otro ejemplo es el academicismo vacío, que se cubre de una erudición barroca como fin en sí mismo. Muchos mausoleos universitarios están llenos de estos ejemplos, que más allá de ser difíciles de leer, terminan en una representación del ego de quien escribe.
El filósofo Harry Frankfurt, en “On Bullshit” (2005), argumenta que muchos académicos producen «un discurso hueco» para impresionar, no para informar.
Lo pedante, arrogante y pretencioso se vuelve estructura discursiva tratando de mantener una posición de poder en el manejo del discurso. El libro “Imposturas intelectuales” de Sokal y Bricmont (1999) hace un buen análisis de diferentes formas de estructurar estos discursos.
Pero un ícono de este tipo de masturbación en el ámbito intelectual que además se representa como una teoría es el denominado lacanianismo.
Hoy por hoy un conjunto de “escuelas sectas”, que se mueven principalmente en Buenos Aires, Caracas y París, todas portadoras de una “verdad simbólica” y hasta arquetípica, de la cual Lacan fue su enunciante y su paradoja también.
Definamos algo, el lacanianismo tiene un estilo deliberadamente críptico, su uso de neologismos, el uso descontextualizado de conceptos y su tendencia a construir discursos herméticos con una estructura enigmática, lo mantienen entre lo incomprensible y lo indefinible conceptualmente. Además, su comprensión sólo puede ser correctamente avalada por ciertos “portadores del conocimiento”. Esto lo convierte sin duda en un caso de estudio paradigmático.
Lacan reformuló el psicoanálisis freudiano mediante un lenguaje barroco lleno de paradojas, neologismos y referencias descontextualizadas de la topología. Por ejemplo: «El inconsciente está estructurado como un lenguaje» (Lacan, 1953). Aunque la frase parece profunda, su ambigüedad permite infinitas interpretaciones, muchas veces contradictorias.
El crítico François Roustang estas operaciones conceptuales las llamó «una tautología disfrazada de revelación» (Roustang, 1986).
Aquí hablamos por supuesto de un pseudo elitismo disfrazado de profundidad, que se ha ido perpetuando de una u otra forma.
Noam Chomsky criticó a Lacan por «jugar con palabras en lugar de explicar ideas» (Chomsky, 2003). Su estilo, lejos de ser accesible, funciona como un “código de pertenencia”, sólo los iniciados en su lenguaje críptico pueden reclamar comprensión y autoridad. A final de cuentas los rituales tribales siempre terminan emergiendo en el presente, por más que tratemos de taparlos con cientos de horas de psicoanálisis.
Lacan también construye un sistema donde sus propios términos («lo real», «el otro», “el deseo”) se explican entre sí, sin anclaje en ejemplos concretos. Desarrolla una teoría del lenguaje basada en juegos retóricos más que en rigurosidad científica. Como ironizó Umberto Eco: «Un texto lacaniano es un espejo: solo refleja al que lo escribe» (Eco, 1990) o como dijo chistosamente en un encuentro admitiendo que Lacan tenía un talento único para «hacer resonar significantes vacíos como si ocultaran verdades trascendentales».
A veces llegamos a lo absurdo de no cuestionar lo absurdo cuando lo tenemos frente a nosotros porque nadie se atreve, todos prefieren hacer como que entienden profundamente algo.
Es que existe un patrón típico de la “masturbación intelectual” que consiste por ejemplo en citar a ciertos autores como por ejemplo Foucault, Lyotard, Deleuze, Derrida o Lacan en muchos párrafos. Usar palabras como «hermenéutica» o «mayéutica», “topológico”, “significante” sin rigor y concluir con lugares comunes como «La realidad es una construcción social». Y también dentro de la masturbación intelectual tenemos las verdades banales vestidas de profundidad.
Algunos textos filosóficos o de autoayuda disfrazan obviedades como revelaciones. El escritor Nassim Taleb lo llama «filosofía de cafetería»: «Decir “el amor duele” con citas de Schopenhauer no lo hace más profundo» (Taleb, 2018).
Pero analicemos la estructura de la masturbación intelectual con estos ejemplos:
«La resiliencia sináptica forja el éxito, cada acto de voluntad esculpe redes neuronales en el mármol del destino»
(Reduce el concepto de esfuerzo a metáforas cerebrales exageradas, usando la «neuroplasticidad» para justificar el lugar común de que «persistir lleva al triunfo»).
«La atención plena sincroniza el observador con el campo cuántico del aquí y ahora» (Mezcla la moda del «vivir el presente» con términos de física cuántica, creando una frase vacía pero aparentemente trascendental).
O por ejemplo la teoría crítica o el posmodernismo, cuando se aplican sin rigor, generan análisis como: «Barbie puede ser vista como una crítica al capitalismo tardío porque su pelo rubio simboliza la fetichización de la mercancía».
Aquí, conceptos como «fetichismo» (Marx) o «capitalismo tardío» (Jameson) se usan como cliches, no como herramientas. El sociólogo Pierre Bourdieu advirtió sobre el esnobismo intelectual: usar términos complejos para marcar estatus, no para pensar (Bourdieu, 1979).
Ahora, lo verdaderamente preocupante es la retroalimentación entre el que escribe la masturbación intelectual y el contexto que avala y legitima estos discursos, estos mismos legitiman y justifican sus espacios de poder sean institucionales o no, se retroalimentan entre todos.
¿Y qué consecuencias generales tiene la masturbación intelectual?
La retroalimentación narcisista, autovalidación tribal, el simulacro y el vacío.¿Cómo distinguir la «masturbación intelectual» de la profundidad legítima? No todo discurso complejo es vacío, y creo que la clave está en la utilidad.
El texto masturbatorio usa oscuridad para enmascarar falta de contenido.
– Ejemplo: «El sujeto lacaniano es un efecto de la forclusión del nombre del padre en el registro de lo simbólico».
El texto no masturbatorio, exige esfuerzo, pero ofrece herramientas conceptuales.
– Ejemplo: Freud explicando el complejo de Edipo con casos clínicos, (además que es un gusto leer a Freud.)
Como advierte el filósofo Daniel Dennett: «La falsa profundidad es el arte de sonar profundo cuando no se dice nada» (Dennett, 2013).
Discúlpenme que concluya con Lacan como ejemplo de la masturbación intelectual, pero es que no es sólo un pensador, sino también es un síntoma de una cultura del cónclave y del elitismo que se retroalimenta y que premia la opacidad y el autobombo. Su legado plantea una pregunta incómoda: ¿Escribimos para ver mejor o para admirarnos en el espejo de nuestra propia erudición? Mientras tanto ríete.