Mala yerba – Últimas Noticias
Se dice que en la Historia no hay nada muerto y en la nuestra queda más que comprobado; por ejemplo, el entreguismo proverbial de la derecha actual, oprobiosa y apátrida, heredera de una deshonrosa práctica que cada cierto tiempo se repite.
Saquemos una muestra palmaria, pocas veces mencionada fuera del ámbito de los expertos, como es el caso de la adefésica carta fechada el 21 de noviembre de 1861.
Recordemos que transcurría la Guerra Federal y la oligarquía conservadora, encabezada por un vetusto José Antonio Páez, quería detener el legítimo despertar del movimiento campesino y antiesclavista. Fue en este instante que una fracción del rancio patriciado plantearía deshacerse de nuestra Guayana Esequiba a cambio de una invasión inminente. ¿Suena?
El miedo al pueblo, la necesidad del control interno y las pérdidas de sus jugosas prebendas disfrazadas de preocupación nacional empujarían a esta élite a tan vergonzosa decisión. Dicha carta, enviada desde Caracas, se titulaba “Exposición que muchos habitantes de Venezuela dirigen al Gobierno de S.M. la Reina de Gran Bretaña”, y la misma sería firmada por Manuel Felipe de Tovar, Pedro Gual, Francisco La Madriz, Pacífico Gual, Federico Núñez de Aguilar, Aureliano Otáñez, Juan José Mendoza y Nicomedes Zuloaga, respectivamente. ¿Observan?
Aseguran en su misiva que su resolución rastrera se motiva por la presencia de “todo género de excesos y a la guerra social” que llevaría a Venezuela a la “completa ruina”. De allí que “las naciones civilizadas de Europa” no debían ser indiferentes ante un territorio que requería ser pacificado por ser más provechoso que la India Oriental: “Hay en Venezuela, entre los hombres pensadores, la opinión de que conviene a ésta desprenderse del territorio de La Guayana y negociarlo con la Gran Bretaña pagando con él la deuda extranjera contraída con súbditos ingleses, y además la deuda externa de la República que reconocerá o pagará en los términos que se estipule, que ambas deudas no montan a diez millones de libras esterlinas”.
Seguidamente afirman: “Esta opinión es mayor cada día, pero la multitud, el populacho y los demagogos se oponen a este traspaso de territorio o por lo menos no manifiestan buena voluntad a que se realice tal idea”.
Aseveran que negociar es lo indicado, amén de que la “Guayana venezolana es un país más extenso que Francia” y de importancia geoestratégica para la corona anglosajona.
Continúan apuntando las ganancias de hacerse con esta tierra aurífera: “Por el Orinoco llevará su comercio a la mayor parte de la América Meridional; penetrando por las arterias de este río se irá al interior del resto de Venezuela, a la Nueva Granada, al Ecuador, y por el canal del Casiquiare, que lleva las aguas al majestuoso Amazonas, se irá al Perú, Bolivia y al Centro del Imperio del Brasil. Flameando el poderoso pabellón inglés en La Guayana, no solamente mostrará ésta su riqueza hasta ahora desconocida…”
Así, el clamor de una “intervención tutelar” urgía ejecutarse a la “manera igual a la que las tres potencias Occidentales de la Europa emplean respecto a México, que es el medio más pronto y expedito que puede atajar los infinitos males que sufren estos pueblos”.
Es de enfatizar que en México se concretaría el proyecto imperial, pero en Venezuela no. Sin embargo, esta estirpe rastrera, como la mala yerba, seguiría vivita y coleando.
