Las insignificancias de la política

Lo sucedido en Ecuador va mucho más allá de la sospecha de irregularidades electorales. La derecha tilda esas irregularidades de “insignificancias”, como queriendo decir: “Eso no tiene importancia.
Eso no es nada”, como por ejemplo que un candidato realice la campaña electoral sin solicitar licencia que lo separe del cargo de Presidente o que utilice los recursos del Estado para conseguir votos o decrete estados de excepción antes y durante el ejercicio del voto.
Entiéndase que los estados de excepción, en este caso, son medidas de alta policía que autorizan al Presidente a actuar en tal sentido; a ello se suma la represión y las amenazas que producen miedos o las llamadas listas negras para ahogar la libertad personal de los que serán perseguidos, detenidos o, quizá, desaparecidos. Esto se cuenta sin agregar la supuesta manipulación de actas electorales.
A los que hablan de “insignificancias”, les digo una cosa: basta señalar que los estados de excepción son limitaciones a las libertades y garantías constitucionales con alto riesgo de que el poder ejecutivo se extralimite con acciones jurídicamente desaprobadas, violando derechos fundamentales como el de manifestar, ejercer libremente el voto o el derecho a la no discriminación por razones políticas. Eso significa que el estado de excepción no es una insignificancia.
Cuando el CNE de Ecuador anunció el triunfo de Daniel Noboa, la candidata Luisa González denunció fraude, pero horas después los presidentes de Brasil, Chile y Uruguay reconocieron a Noboa como ganador. Cuando el CNE de Venezuela anunció el triunfo de Nicolás Maduro, la opositora María Corina Machado denunció fraude, pero horas después el presidente Lula y Boric de Chile no reconocieron a Maduro y le exigieron que presentara las actas.
Estos presidentes, que dicen ser de izquierda, no le exigieron a Noboa que presentara las actas de votación. Todo esto me hace pensar en esos líderes de izquierda que desde hace algún tiempo vienen comulgando con la derecha y se convierten en neoliberales, en líderes conversos que pretenden mantener la apariencia de izquierda.
En fin, se mueve una expresión de izquierda que se incomoda cuando oye la palabra “socialismo”; hoy, ni siquiera se parece a aquella corriente moderada que a principios del siglo XX pensaba que por esa vía podría llegar al socialismo. Eso tampoco puede pasar como una insignificancia.