8 diciembre, 2025
La ladilla del neuroreduccionismo - Últimas Noticias

Este mundo lleno de incertidumbre lleva al hombre a agarrarse a la primera aparente certeza que consiga y nadie escapa a eso. Lo observamos en el área de las ciencias sociales en donde cada actor busca un marco lógico al que ahorcarse y rendirle pleitesía buscando así redimirse de sus inseguridades diarias en su praxis profesional o terapéutica. Constantemente constato a psicólogos y psiquiatras que como niños con un juguete nuevo tratan de hacer entrar la complejidad de la vida humana por el aro estrecho e interpretativo de su juguete teórico explicativo, y este es el caso del prefijo “neuro” que ahora se lo ponen a cualquier cosa, es como un reggaetón epistemológico que inunda toda posibilidad de comprensión más amplia.

En las últimas décadas, las neurociencias han adquirido un papel protagónico en el intento de explicar lo que significa ser humano, se han constituido como un nuevo evangelio y los feligreses necesitados en este caso son todos los psicólogos en busca de una seguridad que los haga dormir bien en la noche y sentirse seguros cuando presentan su máscara social.

Bajo la premisa de que la mente y la conciencia pueden reducirse completamente a procesos cerebrales, ha surgido lo que el filósofo Markus Gabriel (Yo no soy mi cerebro. Filosofía de la mente para el siglo XXI) denuncia como neuroreduccionismo o neurocentrismo. En su libro, Gabriel desarrolla una crítica profunda y sistemática contra esta postura, defendiendo que la identificación del “yo” con el cerebro no solo es filosóficamente y científicamente insostenible, sino que además conduce a una imagen empobrecida de la condición humana.

El neuroreduccionismo es la tendencia a explicar todos los fenómenos mentales —pensamientos, emociones, decisiones, conciencia— exclusivamente en términos de actividad neuronal. Según esta visión, ser una “criatura espiritual” consiste simplemente en “disponer de un cerebro adecuado”. Autores como Dick Swaab, citado por Gabriel, llegan a afirmar: “Todo lo que pensamos, hacemos y dejamos de hacer, sucede en nuestro cerebro. […] somos nuestro cerebro”. Esta postura se enmarca en el naturalismo, la creencia de que todo lo que existe puede ser investigado científicamente y, en última instancia, explicado en términos materiales, una mutación del positivismo y una muestra de la búsqueda infantil de la simpleza que explique todo. Da casi ternura y compasión.

Esta corriente es una combinación de lo que Raymond Tallis llama “neuromanía” (la obsesión por explicarlo todo mediante el cerebro) y “darwinitis” (la tendencia a reducir el comportamiento humano a ventajas adaptativas evolutivas). Juntas, forman un marco que pretende ofrecer una “imagen científica del ser humano”, pero que, según Gabriel, en realidad distorsiona lo que somos. Y agregaría de forma ingenua.

Gabriel utiliza una analogía clara, tener piernas es una condición necesaria para andar en bicicleta, pero no es suficiente. De igual modo, un cerebro sano es necesario para tener conciencia, pero no es idéntico a ella. La vida consciente aún en una visión reductiva, emerge de la interacción entre el cerebro, el cuerpo completo, el entorno social y cultural y algo más que no logramos definir racionalmente. Reducirla solo a neuroquímica es ignorar las condiciones que la hacen posible y le dan contenido. Además, es alejarse estúpidamente del fenómeno inexplicable de la conciencia como cualidad que rompe con cualquier explicación de la racionalidad diurna y/o científica. Prueba a preguntarte: ¿Qué es tu consciencia?

Una de las tesis centrales de Gabriel es que la mente humana no es un objeto fijo, sino un fenómeno que se constituye a través de auto imágenes y auto interpretaciones. Somos lo que somos porque nos hacemos una idea de nosotros mismos en contextos históricos, sociales y culturales. El neuroreduccionismo, al centrarse sólo en una visión materialista vulgar y biologicista reductiva, es incapaz de dar cuenta de realidades inmateriales como la amistad, la justicia, el arte o la libertad, que son productos de la libertad espiritual y no meros epifenómenos neuronales. Yo agrego que por ejemplo el neuroreduccionismo no logra explicar el fenómeno de la conciencia o el de los meridianos de acupuntura y ahí colapsa epistemológicamente, aunque no se quieran dar cuenta.

Gabriel defiende un neo existencialismo según el cual los seres humanos somos libres porque debemos diseñar constantemente nuestra imagen y nuestro proyecto de vida. El neuroreduccionismo, al negar esta capacidad bajo el argumento de que “el cerebro decide por nosotros”, no sólo choca con la experiencia cotidiana (en la que nos sentimos responsables de nuestras acciones), sino que también tiene implicaciones políticas: si no somos libres, conceptos como la responsabilidad moral o la democracia carecerían de sentido.

Gabriel se apoya en el experimento mental de Frank Jackson sobre “María la neurocientífica” para mostrar que el conocimiento objetivo y físico no agota la realidad de la experiencia subjetiva. María puede saber todo sobre los procesos neurofisiológicos del color, pero si nunca lo ha visto, ignorará “cómo se ve” el rojo. Las cualidades subjetivas, intrínsecas e individuales de las experiencias conscientes son irreductibles a descripciones físicas, y su existencia demuestra que la conciencia es algo mucho más complejo, no es solo información, sino vivencia.

El neuroreduccionismo no es solo un error científico, sino una ideología que busca exonerarnos de la carga de la libertad y simplificar la complejidad de lo humano. Frente a esta postura, Gabriel defiende una filosofía del espíritu que reconozca la pluralidad de formas de realidad —materiales e inmateriales— y que recupere la riqueza de las humanidades, el arte, la literatura y la filosofía como fuentes insustituibles de autoconocimiento.

En definitiva, no somos solamente nuestro cerebro, sino seres conscientes con un inconsciente que está en todo nuestro cuerpo, libres e históricos cuya identidad se construye en un entramado de significados que trasciende lo meramente neuronal. Reducir este misterio a descargas eléctricas y sinapsis no es solo un error conceptual estúpido y reductivo; es renunciar a entender quiénes somos realmente.

 miguelposanigmail.com

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