La historia de un rescate que se convirtió en familia
Pitufa es mi rubia favorita, así le digo, es la reina, es mi mundo. Mi mamá dice que estoy loca, porque para mi, es como mi hija, ya tenemos 8 años juntas y me ha tocado vivir con ella, muchas aventuras, buenas y malas.
Es que la familia es eso, en las buenas y malas. Recuerdo que un día abro la puerta y voy al pasillo que está el cuarto de basura y boto la basura, al regresar, como si se hubiera teletransportado, debajo de la mesa de centro, estaba ella. Asustada y cachorra.
Nunca entendí, bajé y recorrí las dos torres, diciendo que tenía una perra, que era de alguien, mía no… pero la gente: silencio total. Me partió el corazón esa mirada asustada y cabía en mis manos.
Así que le busqué casa, pero más eran mis ganas de cuidarla y amarla que de darla en adopción. Así pasaron los meses y ya no era pitufa, era grandota, pero con una actitud de niña, de cachorra que … lo siento, pero ella es mi hija y mi eterna Pitufa, duela a quien le duela.


La he consentido cada día de mi vida y claro que la he regañado, pero para qué mentir, es mi hija, estamos juntas preparando viaje, mudanza, con ella todo, sin ella, nada. Ella está en mis planes de vida, le dije a mi novio, cuando empezamos la relación: Si no te gustan los perros, de verdad, esto no va a funcionar. Por fortuna, se aman.
En casa no creían que me haría cargo, pero sí, ella me dio un sentido y entendí que depende de mí, para pasear, para comer, para estar sana. Que debo tener un presupuesto asignado para ella.
Tener a Pitufa me ha ayudado a ser mucho más planificada, la asumí creyendo que sería fácil, pero la realidad es que requiere esfuerzo, que gratifica con solo mirarme y venir a mi cuando llego a casa.
Rompió zapatos, se comió unos cables y se robó un pan de jamón, estaba muy asustada, porque cuando hizo tal hazaña, me dijeron que las pasas eran tóxicas, estuve muy pendiente, pero gracias a Dios no se intoxicó.
Reviso sus juguetes, su cadena y collar siempre los cambio en navidad y me aseguro de soltarla solo en parques cerrados. Me siento como esas mamás con sus niños de la mano, pero yo con Pitufa de su paseador.


¿Sacrificios? Muchos, he dejado de comer en la calle para pagar sus vacunas o comprarle el antipulgas, la consulta, pero es que tener una mascota es una responsabilidad. He tenido que salir de eventos o fiestas para ir a pasearla y volver.
Recuerdo que un año nuevo estuve encerrada con ella, hubo muchos fuegos artificiales y ella vomitaba, jadeaba y babeaba, preferí quedarme en el cuarto con ella. Por eso defiendo mi postura, para mi, ella es mi hija, no tengo partida de nacimiento, pero esa primera vez que la vi asustada bajo la mesa, me robó el corazón. Tener una mascota te traerá grandes satisfacciones, no me arrepiento de nada.
