Horror sin asombro – Últimas Noticias
Si quiere saber cómo funciona la violencia naturalizada, le propongo que lea, vea o escuche noticias de Colombia. Es un país tan acostumbrado al asesinato y al exterminio que ha encontrado un lenguaje de precisión y sin asombros para plasmarlos.
Una pista importante del impacto cultural de la arraigada violencia colombiana lo constituye la obra maestra de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, en la que asistimos a una narración que se sublima hechos reales y formas dominantes de percepción de la violencia para presentarnos un cuadro en el que el exterminio y el asesinato ocurren como si fueran parte de la magia de estar vivos.
Allí somos testigos del asesinato masivo de los trabajadores en las bananeras y de su posterior traslado en un tren ilusorio que los hace borrosos en la memoria política de los personajes de la propia novela.
Así ocurrió también en la historia real de Colombia. Entre el 5 y el 6 de diciembre de 1928 el ejército colombiano masacró a un número indeterminado de trabajadores de la empresa United Fruit Company, de Estados Unidos. Aunque el ejército sólo notificó 13 muertes, el debate sobre la cifra verdadera presenta números que varían entre los 400 y 5.000 asesinados.
La caza y el asesinato de los 17 aure- lianos, marcados por una imborrable cruz de cenizas, nos recuerda la operación de exterminio de la Unión Patriótica ocurrida entre 1984 y 2002, que implicó el asesinato de dos candidatos presidenciales y de los parlamentarios, los alcaldes y los concejales electos por esta organización. Se calcula que fueron asesinadas 4.153 personas. Los asesinos eran una alianza conformada por el ejército, la policía, el aparato de inteligencia, paramilitares y narcotraficantes. Hasta hoy no se ha hecho justicia.
Toda esta violencia estructural, que aspira a ser percibida como natural e incluso como necesaria, ha sido norma de vida de Colombia. Sus élites eluden debatir sobre cómo erradicar esta violencia. Cuando se preocupan por ella, lo hacen por encontrar las palabras que la disfracen y la hagan presentable ante el mundo.
No quieren que se hable de masacres. Quieren suavizar el horror. Fuimos testigos de esta práctica hace años, cuando dijeron que ya no existían los paramilitares sino las “bacrim”, una fórmula que intenta esconder sus nexos con el Estado colombiano, que evita su marca paraca y que, antes de usar la expresión bandas criminales, prefiere el soso y breve bacrim.
