Honores póstumos atropellados

Humberto Fernández-Morán Villalobos fue un médico venezolano, con una mente brillante y ambiciosa, con una visión y pasión por las cosas grandes e importantes y, a pesar del gran amor por su país, no fue profeta en su tierra. Su más sustancial contribución a la ciencia en Venezuela fue la creación en 1954 del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales que después de la caída del gobierno de Pérez Jiménez se transformó en el actual Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas.
En febrero de 1958, Fernández-Morán salió de Venezuela en exilio voluntario y estigmatizado, luego de haber ocupado la cartera ministerial de Educación por el efímero lapso de nueve días, para trabajar en Estados Unidos hasta 1986.
En el marco del centenario de su nacimiento, las autoridades regionales del Zulia acordaron exhumar sus cenizas que reposan en el panteón familiar del cementerio más antiguo de Maracaibo, El Cuadrado, por petición final del galeno y quien murió en Estocolmo en 1999, pasando por alto la opinión de sus parientes.
Desde tiempos inmemoriales hasta el presente, el tratamiento legal de los despojos humanos no se aleja de su sacralización. Con la muerte se extingue la persona natural de la esfera jurídica, pero no así su derecho a la sepultura que lo asume sus familiares. Se trata de un derecho-deber de los herederos sobre los restos del finado que se traduce en custodia, piedad y protección. Incluso, el derecho al honor no se disuelve, por lo que su ofensa acarrea ilícitos penales.
Los sucesores detentan el derecho de cumplir con la voluntad del interfecto. Célebre fue la oposición de los deudos del general Carlos Soublette a su exhumación cuando en 1874 se acordó llevar sus restos al Panteón Nacional o la férrea decisión de Irma Felizola de impedir el traslado del cuerpo de su difunto esposo, Isaías Medina Angarita, para ser velado en el Congreso.
En 2000, la novel Asamblea Nacional aprobó la merecida elevación de los restos mortales del expresidente Medina al Panteón, sin consultar a sus hijos. Ante estas dicotomías, una justa solución es juntar un poco de la tierra de la sepultura y depositarla con decoro en el templo patrio. Se trata de un gesto cargado de simbolismo para rendir apropiada dignidad a sus memorias.
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