9 diciembre, 2025
Hombre síntesis

Existen vidas compendios, que en sus trajines -pendularmente, entre lo prosaico y lo divino-, con voluntades férreas, cambian mundos y transforman cosas. Son seres-circunstancias.

Servando Teresa de Mier acaso es una muestra de ello, por su palpitante biografía que simboliza la creación de una realidad mejor o por lo menos distinta: el devenir del despotismo a la Independencia.

Sus cautiverios, sus huidas y su verbo rebelde lo caracterizarían cual personaje protagónico de alguna novela de aventura. Si acaso su nacimiento fechado el 18 de octubre 1767 en Monterrey no aclara mucho, todos sabemos que dicho momento finisecular en Nuestra América sería signado por un urgente cambio de época; más, para un criollo teólogo atravesado por el gusanillo de la diatriba política.

Numerosas polémicas encontramos en su tránsito, como la de aquel histórico 12 de diciembre de 1794. Ese día en cuestión, en el marco de un año más de la aparición de la virgen de Guadalupe, pronunciaría un controvertible sermón, exponiendo que el dios Quetzalcóatl, la conocida deidad tolteca, era en realidad Santo Tomás. Sostenía Mier que el apóstol había llegado a América, con mucha antelación, a traer la “buena nueva”. En tal sentido, la imagen de la impoluta se había estampado en la capa del mismísimo virtuoso y no en el manto de Juan Diego como se aseguraba tradicionalmente.

Así, Mier ponía en entredicho la aparición mariana. Con su alocución dejaba por sentado que el culto guadalupano existía antes del arribo de los hispanos, o sea, el cristianismo era una manifestación autóctona, por ende, no era un aporte del cual los foráneos debían sentirse orgullosos.

Estas palabras pronunciadas ante el virrey Miguel de la Grúa Talamanca y del arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, entre otras autoridades realistas, serían vistas como una herejía. El castigo sería su destierro y la prisión europea. Aunque, luego, la propia Inquisición calificaría que su alegato no era blasfemo, ya era tarde y la absolución nunca llegaría. Mier pasaría más de dos décadas preso en conventos dominicos, fugándose en múltiples oportunidades.

Tendría cercanía con Simón Rodríguez y conocería igualmente en tierra francesa, a Lucas Alamán, a Alejandro Humboldt, a François-René de Chateaubriand, entre otros notables.
Para 1809 sería integrante del Cuerpo de Voluntarios a favor de Fernando VII contra la acometida gala. Su experiencia, posteriormente, en las Cortes de Cádiz, le haría comprender la tarea impostergable de la liberación mexicana.

Después de guindar sus hábitos y de hacer constantes viajes, se encaminaría decididamente por la emancipación de su patria.

Su «Historia de la Revolución de Nueva España», en la que utilizaba el seudónimo de José Guerra, sería citada con gran interés por Simón Bolívar en su conocida Carta de Jamaica; caraqueño inmortal a quien el tribuno regiomontano propondría la ciudadanía mexicana en 1824.

Mier haría causa común con Xavier Mina, siendo un acérrimo enemigo de Agustín de Iturbide. Su republicanismo federalista sería sui generis y de avanzada.

De tal modo que, referir a Mier, fallecido el 3 de diciembre de 1827 en Ciudad de México, es aludir a un héroe en el estricto sentido del término.

No se sabe con certeza sobre los restos de Servando Teresa de Mier, se presume que los mismos descansan en Cholula, Puebla.

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