El Salvador, martirio y compromiso

Vuelvo a las páginas de Últimas Noticias luego de una breve pausa causada por un viaje académico a la República de El Salvador. La Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y su Maestría en Gestión de la Comunicación me invitó una vez más para dictar un taller sobre análisis crítico y producción estratégica de narrativas transmedia.
Como siempre, la experiencia fue satisfactoria y aquí ofrezco la única constancia que me permito expresar: la fe sigue siendo una luz poderosa de esperanza para la liberación.
Recorrer los espacios de la UCA y visitar en su campus el sitio del martirio de los sacerdotes jesuitas asesinados la madrugada del 16 de noviembre de 1989 fue una oportunidad, en lo personal, de renovar mi convicción de que no hay muerte en vano si es por y para la liberación de los pueblos oprimidos de Nuestra América.
Por eso lucharon incansablemente los reconocidos académicos Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Armando López e Ignacio Martín-Baró, quienes fueron brutalmente aniquilados junto a otras cuatro personas, entre ellas la señora Elba y Celina, su hija de 16 años.
También acudí a la cripta de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, hoy santo de la Iglesia católica, ubicada en la Catedral Metropolitana de San Salvador y sitio obligado de peregrinación de los conocedores de la gesta heroica del sacerdote mártir y símbolo de las luchas populares de toda la región nuestroamericana, quien ofrendó su vida por los “sin voz”. Monseñor fue asesinado el 24 de marzo de 1980 en medio de una misa que oficiaba en una pequeña capilla ubicada en un hospital para enfermos terminales.
Relato esto sin ser católico practicante pero sí fiel creyente de fuerzas trascendentales, porque el martirio de los académicos jesuitas y de monseñor Romero en El Salvador constituye una prueba descarnada del compromiso, auténtico y desinteresado, que todos los que creemos en la posibilidad de otro mundo, libre de cualquier tipo de opresión y de pobreza, deberíamos asumir incluso a costa de nuestra propia vida.
En el contexto que vivimos, de amenazas y deshumanización, el cual ha sido descrito como un tiempo de definiciones para enfrentar los peligros que se asoman, asumir dicho compromiso solo será posible con una sólida fe espiritual del mismo tamaño de la convicción política o ideológica, como lo hicieron los mártires de El Salvador.