19 septiembre, 2025
¿Le creerán a Elon Musk?

En 1997, el cineasta estadounidense Barry Levinson dirigió una película satírica (y no menos dramática) que desenmascaró la forma más nefasta de tratar una crisis política: inventar una guerra. El título del film es Wag the dog, en alusión a una expresión coloquial gringa que ilustra la estrategia de distraer a la opinión pública para que no observe lo que realmente está pasando. En síntesis, “menear al perro para no ver la cola moverse”.

En una época de amenazas de guerra, posverdad, fake news y falsos positivos, con su intensiva difusión en el mundo digital, cada día se nos hace más difícil diferenciar la cola del perro.

Además, la distracción ha de ser de tal nivel que solo puede ser descrita como un espectáculo. De hecho, el inescrupuloso asesor presidencial Conrad Brean (Robert De Niro), cuando trata de convencer al director hollywoodense para que lo ayude a crear una guerra inexistente, le dice: “La guerra es un espectáculo. Nadie recuerda la guerra, la gente solo recuerda imágenes”.

Los Estados Unidos, sumidos en una profunda crisis estructural, inunda el mundo de imágenes espectaculares para que no notemos lo que realmente está pasando en su proceso acelerado de degradación. Ante el avance de potencias emergentes globales, el debilitamiento cada vez más radical de su hegemonía y su crítica situación interna, hace lo imposible para que veamos lo que realmente no quieren que apreciemos: su inminente colapso.

Venezuela, por ninguna razón distinta a poseer la mayor reserva petrolera del mundo y el combustible para que los EEUU enfrente su crisis sistémica, ha sido objeto de ataques tan espectaculares como poderosos que buscan no solo distraer, sino también preparar el terreno para otro tipo de agresiones. Hemos visto imágenes “explosivas” que recuerdan otras guerras que se crearon en laboratorios de medios, pero que después escalaron en confrontaciones bélicas reales.

El heroico pueblo venezolano, luego de 25 años de capacitación colectiva para enfrentar guerras simbólicas, que buscan sin éxito mermar su convicción y afectar su paciencia, está preparado para diferenciar el espectáculo de la guerra real, distinguir entre el perro y la cola y, en definitiva, no distraerse con imágenes, sino discernir y analizar para actuar con el mismo compromiso patriótico que lo ha caracterizado en este primer cuarto de siglo.

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