El brillo y la palabra

Juan Calzadilla siempre fue un ciudadano sin fin. Su Agendario estaba lleno de Minimales. Él, en su rol de artista y poeta, era un Corpolario a quien se le extravió su Diario sin sujeto. Solía hablar sobre El ojo que pasa de una Antología paralela al Libro de las poéticas. Después de un viaje a Macuto escribió Los laberintos de la luz: Reverón y los psiquiatras. Lo hizo con Golpes de pala. En una ocasión nos vimos en la Galería de Arte Nacional y hablamos sobre sus Primeros poemas y Los herbarios rojos. Me contó que su poemario Oh, smog seguido de una cáscara de cierto espesor fue Dictado por la jauría de los Malos modales y los Principios de urbanidad. Llegará el día, me dijo con la mirada fija en la introspección, que viajará con sus Aforemas en un barco de Vela de armas y que pronto recibiremos Noticias del alud.
En una tertulia que sostuvimos en una feria del libro, me dijo: Alí, ¿puedo pedirte algo? Claro, Juan, ¿que será? Un palíndromo. ¡Cuenta con eso! Pero primero respóndeme, ¿ay un golpe que no sabe renunciar a la tinta de escribir con sangre? Sí, Alí, “un golpe en voz alta que reside en el ojo de la tormenta desde cuya empuñadura nos mira”. ¿Cómo son sus aristas? “Advierto que sus aristas al rojo vivo entran en el cálculo de las probabilidades matemáticas”. Juan, por lo que dices, es como un golpe, ¿cómo es ese golpe? “Un golpe cuyo efecto no será juzgado por la clarividencia del eco y cuya sonoridad ciega omite todo exceso de retórica alrededor de lo acontecido”.
Juan, ¿Crees que hay cosas que podrían decirse mejor si tuvieras a la mano un cuchillo? Sin duda, “este instrumento sabe comunicar filo a las palabras. Pero si uno tiene para golpear la mesa con algo más pesado que el puño, sin duda la palabra que sale de su filo, como si fuera empollado por éste, sería más efectiva. Es así como he gritado las palabras más atroces. Pensaba que no podía decirlas sin acompañar el gesto con algo que tuviera bastante consistencia, como la rosa o la viga de hierro”.
“Alí, lo que me preocupaba todavía era el sentimiento. Mi determinación era la de un poeta. Acepté, en principio, esta forma de actuar como un método parecido al que se enseña en las escuelas. Después pasé de la poesía a los hechos. Encontraba en la realidad bastante perversión como para no ir armado de una pistola. Hasta que comencé a disparar sobre la multitud”. Alí, ¿Y mi palíndromo? Acá lo tienes: “Allí da Z la cálida badila, Calzadilla”.