‘Cuentos de Tokyo’ es un drama minimalista que definió el cine familiar. Una obra maestra universal de Yasujiro Ozu que refleja con sutileza lo cotidiano

A lo largo de la historia del cine, el drama ha demostrado ser uno de los géneros más poderosos para reflejar la vida cotidiana. Muchas de las mejores películas logran capturar problemas íntimos y personales para transformarlos en algo universal, capaz de conectar con públicos de cualquier parte del mundo. Ejemplos recientes como ‘Todo a la vez en todas partes‘ o ‘Frances Ha‘ muestran caminos distintos para llegar a la misma conclusión: lo que vemos en pantalla, aunque parta de lo particular, puede reflejar los dilemas más amplios de la sociedad.
Ese potencial del cine para trascender fronteras ha hecho que, en los últimos años, el público estadounidense mire cada vez más hacia el cine internacional. La llegada de plataformas de streaming y la recuperación de salas de repertorio han facilitado el acceso a películas subtituladas que antes parecían inaccesibles. En ese contexto, hay una obra que sobresale por encima de muchas otras: ‘Cuentos de Tokyo‘ de Yasujiro Ozu, un clásico que explora con delicadeza la relación entre generaciones y que hoy resulta más universal que nunca.
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Ozu vs. Kurosawa


En la década de 1950, hubo dos nombres dominaron el cine japonés y dejaron una huella imborrable en la historia del séptimo arte: Akira Kurosawa y Yasujiro Ozu. El primero ha sido celebrado como una influencia directa en el cine occidental, con títulos como ‘Los siete samuráis‘ o ‘Rashomon‘ inspirando a directores de la talla de George Lucas y Steven Spielberg. Sus epopeyas de samuráis moldearon incluso géneros completos, como el western o la ciencia ficción.
Ozu, en cambio, ejerció su influencia de manera más lenta y discreta. Durante años, sus películas fueron consideradas demasiado ligadas a la sensibilidad japonesa de la posguerra como para conectar con espectadores occidentales. Por ello, ‘Cuentos de Tokyo’, estrenada en Japón en 1953, no llegó a las salas de Estados Unidos hasta 1972. Sin embargo, con el paso del tiempo, su retrato de la vida familiar ha demostrado ser tan universal como cualquiera de las epopeyas de Kurosawa.
La película sigue a una pareja de ancianos que viaja desde un pequeño pueblo hasta Tokyo para visitar a sus hijos adultos. Lo que parecía un viaje familiar se convierte en un espejo de las tensiones generacionales: los padres son recibidos con indiferencia, empujados de un lado a otro y atendidos casi por obligación, mientras sus hijos están demasiado inmersos en sus rutinas urbanas para brindarles verdadera atención.
Lejos de los excesos dramáticos, Ozu opta por un enfoque contemplativo, con planos largos, silencios cargados de significado y escenas en las que lo no dicho pesa tanto como el diálogo. La película muestra cómo los pequeños gestos —la falta de interés, las quejas veladas, los intentos de delegar responsabilidades— pueden ser tan dolorosos como un conflicto abierto. Es una mirada honesta a la dificultad de cuidar, escuchar y valorar a los padres en la vorágine de la vida moderna.
Y un final arrollador


El clímax llega con la enfermedad y posterior muerte de la madre, que obliga a los hijos a regresar al pueblo natal para su funeral. En una de las escenas más conmovedoras, el padre, ya viudo, reflexiona con resignación sobre su futuro solitario y anima a su nuera viuda a rehacer su vida, aunque él mismo se quede con la amarga sensación de no haber sido lo suficientemente amable con su esposa en vida.
Ese desenlace refuerza el mensaje central de la obra: la importancia de estar presentes y valorar a los seres queridos antes de que sea demasiado tarde. En su aparente sencillez, ‘Cuentos de Tokyo’ captura una verdad universal sobre la familia, una verdad que resuena con igual fuerza en Japón, en Estados Unidos o en cualquier parte del mundo.