Cuando el éxito en el deporte pesa en la salud mental

En ocasiones, los triunfos en el deporte no se demuestran, se celebran en un profundo silencio. No es extraño que, una vez arriba, en el podio y bajo los flashes de las cámaras fotográficas y el sonido de los aplausos, las manos tiemblen y una mente saturada luche por mantener el equilibrio con la cordura y la realidad.
El deporte, que tantas veces se asocia con fuerza y alegría, también es, en demasiadas ocasiones, un terreno donde la presión, la exigencia y el miedo al fracaso crecen y se convierten en rivales invisibles, muy molestos e incluso peligrosos.
Afortunadamente, en los últimos años, hablar de salud mental ya no es un tabú en el mundo deportivo, ya que aceptarlo es comenzar la cura. Atletas de la talla de Simone Biles, Naomi Osaka o del propio Michael Phelps han puesto sobre la mesa un tema que antes se escondía tras el rendimiento y los éxitos. El mensaje enviado no es otro que reconocer que el bienestar emocional importa tanto como el físico, y cuidarlo no te hace más débil, sino más humano.
El entorno competitivo, sin embargo, no siempre es amable. La presión viene del entrenador, del público en las gradas, también llega desde las redes sociales, donde cada jugada, cada gesto, se analiza y se juzga, pero, sobre todo, viene de uno mismo. En disciplinas seguidas de cerca, como el fútbol o el ciclismo, los deportistas conviven con la exposición permanente y la crítica inmediata. Incluso algo tan aparentemente ajeno como las apuestas ciclismo o las apuestas sobre el fútbol, refleja ese nivel de vigilancia constante donde cada carrera, cada resultado, se convierte en un examen público. Hay que ganar, y hay que hacerlo bajo la mirada del mundo, y eso pesa, quizás, demasiado.
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La otra cara del alto rendimiento
Es evidente que el deporte de élite exige sacrificio, pero a veces ese sacrificio tiene un costo que no se mide en récords ni en medallas. De forma general, los atletas son educados desde jóvenes para resistir, para no mostrar debilidad, para soportar el dolor físico y emocional sin detenerse. Esa cultura del “aguanta” puede generar un desgaste silencioso que termina afectando su salud mental.
Estudios recientes estiman que uno de cada tres deportistas profesionales ha sufrido síntomas de depresión o ansiedad a lo largo de su carrera. Las causas pueden derivarse de lesiones, presión mediática, miedo a perder el lugar, o simplemente la imposibilidad de desconectarse. En ese contexto, pedir ayuda no es sencillo. La imagen de invulnerabilidad sigue pesando, y admitir que uno necesita un descanso se percibe como un signo de fragilidad.
Por suerte, eso está cambiando. Cada vez más equipos y federaciones están integrando especialistas en psicología dentro de sus programas de entrenamiento. Entienden que el equilibrio mental no solo mejora el rendimiento, sino también la calidad de vida del deportista.
El valor del apoyo deportivo
Nadie llega lejos solo, por lo que el apoyo deportivo, tanto profesional como emocional, debe recibir la importancia que merece como sostén de una carrera deportiva profesional. Además del cuerpo técnico, todo el entorno, desde la familia a los amigos y pasando por los compañeros que comparten los mismos temores y desafíos, debe arrimar el hombro en este sentido.
Clubes como el FC Barcelona o el Real Madrid han incluido programas de acompañamiento psicológico en sus canteras para enseñar desde jóvenes a gestionar la presión. También el Comité Olímpico Internacional impulsa campañas para normalizar el cuidado de la salud mental en atletas de alto rendimiento. Este cambio de mentalidad está abriendo un camino más humano dentro del deporte, donde el bienestar no se mide únicamente por los resultados.
En el deporte amateur ocurre algo similar, aunque con menos recursos. Quienes entrenan por afición o participan en competencias locales también enfrentan frustraciones y comparaciones. Y muchas veces sin acceso a herramientas de gestión emocional. Enseñar a disfrutar del proceso y no solo del resultado es clave para un hábito saludable y no una fuente de estrés.
La fama, las redes y la vulnerabilidad
La exposición mediática multiplica el peso del éxito. Un mal partido o una caída en plena competencia pueden convertirse en tendencia global en cuestión de minutos. Esa visibilidad, que en teoría impulsa la carrera de un atleta, también desgasta emocionalmente si algo sale mal.
Muchos deportistas confiesan que deben desconectarse de las redes sociales durante las competiciones para no verse afectados por los comentarios. Ser admirado no significa estar preparado para recibir cada crítica o expectativa que el público impone.
Por eso resulta inspirador ver a figuras que se atreven a hablar con honestidad. Michael Phelps, por ejemplo, confesó que tras los Juegos Olímpicos de Río cayó en una depresión profunda, a pesar de haber ganado medallas. Su testimonio fue un punto de inflexión, ya que demostró que el éxito no protege de la tristeza, y que la vulnerabilidad también forma parte del coraje.
Hacia una cultura más humana en el deporte
El deporte siempre será competencia, esfuerzo y superación, pero también puede ser cuidado, aprendizaje y comunidad. Cambiar la mentalidad pasa por entender que un deportista no es una máquina de resultados, sino una persona con emociones, dudas y límites.
Hablar de salud mental no debilita la imagen del atleta, de hecho, es todo lo contrario, es decir, la fortalece, porque un deportista equilibrado rinde mejor e inspira de una forma más real y cercana. El éxito también pesa, y reconocerlo es el primer paso para aprender a sostenerlo.
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