‘Caza de brujas’ nos quiere provocar mientras analiza la cultura de la cancelación, pero el thriller acaba convertido en un intento de melodrama almodovariano

Unos títulos de créditos que imitan la estética de Woody Allen. Estatuas de fundadores de universidad que eran también propietarios de esclavos. Canciones de provocadores venidos a menos como Morrissey. Casi todas las referencias que están flotando en ‘Caza de brujas’ (‘After the Hunt’) están aludiendo a gente cancelada o cancelable para mantener al espectador siempre consciente del clima en el que tiene lugar la historia. Se escapan de esta galería de «horrores» un póster de ‘La flor de mi secreto’ de Pedro Almodóvar, que desvela al espectador el tono en el que quiere moverse.
El prolífico Luca Guadagnino vuelve a los cines con la idea de seguir dándole picante al cine estadounidense de supuesto prestigio y supuesta viabilidad comercial, valiéndose de los talentos de Julia Roberts, Andrew Garfield y Ayo Edebiri para entrar en choques generacionales y cultura de la cancelación, propulsada por el movimiento #MeToo.
Disfrazada de thriller intrincado y tenso, acaba tomando desviaciones para tocar de nuevo ideas recurrentes sobre los deseos reprimidos y las relaciones interpersonales, considerando que otras ideas que planta el guion no son tan interesantes.
Contenido
El hechizo de la cancelación
En ella dos profesores universitarios de filosofía están al borde de conseguir al fin una plaza fija en Yale, hasta que uno de ellos recibe una acusación por abuso sexual por parte de una de sus alumnas más cercanas. El clima del campus se revuelve mientras Alma Imhoff indaga en su relación complicada con el caso, además de con eventos de su propio pasado.
Entre enredos existenciales y sentimentales, la película de Guadagnino intenta interrogar la libertad individual en un clima de acción colectiva que oscila entre las buenas intenciones y la performance inconsciente. La acción transcurre deliberadamente en 2019 para que las cuestiones sobre la creencia en las víctimas y el castigo público sean más prominentes, metiendo posteriormente el dedo en la llaga en una coda donde plasma hasta donde han llegado estas conversaciones tan intensas.
No obstante, ‘Caza de brujas’ es una película con mucha verborrea y muy enamorada de lo locuaz que es, a pesar de que tiene siempre las observaciones más superficiales posibles. Su contexto académico da rienda suelta al Guadagnino más neoburgués y ensimismado, volviendo a crear intimidad con sus planos detalle pero lanzando todas las pelotas al aire para aparentar capacidad discursiva y hasta provocación, aunque no trate de llegar a ningún sitio ni levantar ninguna cuestión sobre los sistemas que sostienen aquello que señala.
‘Caza de brujas’, peroratas filosóficas


Es, en parte, el punto de ‘Caza de brujas’: no tener nada que decir sobre aquello que todo el mundo quiere hablar. El personaje de Roberts es puesto constantemente en una situación donde debe tomar posición, e incluso convertir su situación personal en una declaración política, algo que la pone en conflicto. El guion de Nora Garrett trata de hacer una reivindicación de la equidistancia en un momento de discusión candente, aunque es demasiado farragoso y falsamente intelectual para poder defenderlo, además de caer en el frecuente pecado de convertir a personajes en vasijas donde volcar ideas conflictivas.
Hay una discusión interesante sobre esas obligaciones casi más morales que éticas que se están imponiendo en esta situación, pero ‘Caza de brujas’ no sirve de buen punto de partida al tener relaciones demasiado caprichosas con la cultura que quiere señalar. Se alude a ‘La flor de mi secreto’, pero casi es más fácil acordarse del embrollo argumental y temático que tienen otros melodramas almodovarianos como ‘Los abrazos rotos’ a la hora de ver las peroratas de esta película. Demasiado inofensiva para lo candente que considera el tema, y demasiado relamida para resultar entretenida.
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