11 octubre, 2025
¿Le creerán a Elon Musk?

A mediados de 1894 apareció en el periódico estadounidense The New York World un personaje de historieta que abonaría a la prensa escrita el término “amarillismo”. Se trataba del Yellow Kid (niño amarillo) y se hizo popular por su estilo de periodismo sensacionalista al usar titulares llamativos y cobertura de noticias escandalosas, desencadenando un pugilato comercial entre este diario y el New York Journal.

El testigo de este modo exagerado y malicioso pasó —como era de esperarse— a los noticiarios de la radio, pronto a los de la televisión y luego a los portales de medios digitales, potenciando casi sin control todo tipo de estrategias con el propósito de sacar el mayor provecho, especialmente, el económico, incorporándose otras estratagemas como el clickbait en la que se utilizan rótulos o imágenes embaucadoras para atraer a los usuarios a hacer clic en un enlace, acceder a su contenido y así generar ingresos publicitarios y claro, las crónicas de Caracas no han escapado a estos anzuelos lanzados por los denominados “creadores de contenido”.

Si bien en los dos últimos lustros, se ha generado un interés en conocer y divulgar nuestra historia para reconocer los valores culturales que nos son propios, circunstancia por demás positiva, encontramos el otro lado de la moneda: bulos repetidos e inventos para atraer incautos por la web y guías urbanos, autoerigiéndose como unigénitos del conocimiento porque a este pastel crematístico le sumamos la delusión del postureo de rigor.
Leyendas urbanas que forman parte de las tradiciones orales, por tanto, constituyen un caudal cultural, son distorsionadas con artilugios para captar la atención. No en vano este ardid se torna viral, toda una pandemia digital.

En ese universo de difusores están además los intrusionistas y plagiadores, quienes vampirizan las fuentes de expertos sin dar crédito alguno. También están los nostálgicos restauradores que publican fotos coloreadas por la inteligencia artificial y fuera de contexto hablando de un pasado no vivido o producen videos con deslices patentes, son herejes de la historia. A estas reglas, hay sus excepciones: historiadores e investigadores rigurosos que buscan transmitir de forma amena la historia, aunque la carne es débil y, en ocasiones, algunos se dejan arrastrar por la epidemia del 2.0.

Ver fuente