22 septiembre, 2025

‘Eddington’ no es ni tibia ni equidistante. Por qué la sátira de Ari Aster es tan profundamente política como salvaje en su discurso

'Eddington' no es ni tibia ni equidistante. Por qué la sátira de Ari Aster es tan profundamente política como salvaje en su discurso


Resulta harto complicado que un artista al que se pueda catalogar de autor, independientemente del medio que cultive, no termine proyectando sobre su obra, con mayor o menor intencionalidad, sus sesgos ideológicos. El arte, sea cual sea, es intrínsecamente política, y esto no excluye a un séptimo que, desde sus orígenes, ha estado marcado por lo ideológico, llegando a alzarse como una de las grandes herramientas de propaganda empleadas por regímenes de todo tipo.

No obstante, en pleno 2025, las necesidades del público a la hora de recibir tesis y discursos son muy diferentes a las de hace, por ejemplo, un par de décadas. Parece, y esto se puede extrapolar a detalles menos trascendentes como las resoluciones de tramas o los giros de guión, que la sutileza ya no es una opción, convirtiendo cualquier largometraje que no juegue la carta de lo explícito en objeto de críticas frente a una presunta “tibieza” o “equidistancia” que, al final del día, no podría distanciarse más de la realidad.

Curiosamente, dos de las películas más certeras en su análisis —y casi visionarios pronósticos— sobre la realidad política estadounidense han sido objeto de esta injusta evaluación durante el pasado y el vigente curso cinematográfico, siendo la primera de ellas ‘Civil War’ de Alex Garland, que no pocas voces tildaron de cobarde al no explicar los orígenes del conflicto armado que figura en su título, lo cual, irónicamente, es uno de los grandes aciertos del filme y juega completamente a favor de su narrativa, centrada en la figura del periodista.

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De todo menos equidistante

Hoy, por otro lado, estoy tecleando estas líneas para hablar del caso más reciente, que tiene como protagonista a la magnífica ‘Eddington’ del siempre único Ari Aster, quien, tras su ejercicio de libertad absoluta ‘Beau tiene miedo’, nos ha hecho retroceder hasta el punto álgido de la pandemia de COVID-19 para, utilizando el pueblo titular como una suerte de maqueta a escala del país de las barras y estrellas, retratar la deriva que ha tomado —y, en paralelo, el resto del mundo— y que nos ha llevado a un cierre del primer cuarto del siglo XXI que se antoja como una olla a presión sociopolítica a punto de explotar de la forma más abrupta imaginable.

Y es que el largometraje protagonizado por Joaquin Phoenix y Pedro Pascal va mucho más allá del chascarrillo pandémico con mascarillas, geles hidroalchólicos y distancias de seguridad como armas arrojadizas, y de encender el ventilador para, como muchos han vociferado enérgicamente, encender el ventilador para hacer que —con perdón— la mierda salpique en todas direcciones, profundizando en la era de ya no de la desinformación, sino de los trucos de prestidigitador informativo que desvían la mirada de la ciudadanía mientras el mago de turno —ya sea un político, una corporación o cualquier equivalente— mete la liebre en la chistera que luego empleará para su número.

No es, en absoluto, casual, que ‘Eddington’ arranque con la planta de datos que el alcalde quiere llevar a su localidad y que tiene dividida a la ciudadanía. Una suerte de entidad fantasmagórica que, de igual modo que Paimon en ‘Hereditary’, está presente en todo momento, oculta a plena vista en un segundo término y esperando el momento de su alzamiento, que no es cuestión de si llegará a ocurrir, sino de cuándo lo hará.

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Mientras que en el debut de Aster el demonio de marras se abre paso progresivamente hasta nuestro mundo gracias a las acciones de la secta, en su última cinta, la planta ‘SolidGoldMagiKarp’ trasciende de promesa electoral a realidad sin que el ciudadano de a pie, incluso el que más se opone a ella, pueda o tenga voluntad de hacer algo por evitarlo, y el motivo no es otro que el caos social, político e informativo generado por las protestas raciales que, en última instancia, se traducen en un atentado delirante con sicarios asaltando Eddington ametralladora en mano.

Es aquí, en este ataque coordinado, donde muchos críticos con la obra de Aster han detectado esa mencionada equidistancia, ya que la explicación oficial es que está perpetrado por Antifa. Esto, a nivel teórico, ya resulta absurdo, pero el director deja unas cuantas miguitas para que el espectador más observador pueda confirmar por sí mismo que estamos ante un atentado de falsa bandera mientras, al mismo tiempo, casi rompe la cuarta pared para convertirse en un desinformador más y reforzar las tesis que expone.

Probablemente, la pista más clara de que Antifa no está detrás la encontramos en el jet privado —sí, los antifascistas viajan como Taylor Swift— en el que se trasladan a Eddington, cargado de convenientes pancartas que les identifiquen como culpables y, por supuesto, armamento y drones de última tecnología; concretamente en el fuselaje del avión, en el que un logotipo en el que puede verse un globo terráqueo siendo agarrado por una mano destaca en la parte trasera. Desde luego, el icono, antifascismo, lo que se dice antifascismo, no sugiere.

Aún más retorcido

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En un impactante giro de los acontecimientos, el asesinato de Charlie Kirk ha dado aún más vigencia al filme por las peculiares «conexiones» —nótese el entrecomillado— entre ambos, comenzando por el aura conspiranoica que está envolviendo el crimen, señalado por ciertos sectores como un atentado de falsa bandera para desviar la atención de casos tan peliagudos como el de los documentos de Epstein —amén de otro buen número de frentes que tiene abiertos Donald Trump—.

Desde que comenzaron a aflorar las primeras informaciones sobre el autor del disparo que acabó con la vida del ultraconservador, su modus operandi y los torpes —y, en ciertos casos, ridículos— mensajes que aparecieron inscritos en las balas y el arma invitaron a recordar la pintada que el personaje de Joaquin Phoenix realiza en el domicilio del alcalde tras ejecutarlo a larga distancia culpando al movimiento Black Lives Matter, así como el posterior juego de acusaciones cruzadas.

Sea como fuere, al igual que ‘Civil War’ —que volví a ver justo ayer y que no duda en comparar al presidente interpretado por Nick Offerman con Gadafi o Mussolini—, ‘Eddington’ se moja, y mucho. Esperemos que el POTUS no la vea y decida cancelar a Ari Aster como ya ha hecho con Colbert y Kimmel.

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