El adalid del mal

La rabia no me deja pensar. Estaba feliz, tanto como cada vez que recibo un informe sobre el número de tercermundistas deportados. Todo iba la mar de bien con el aumento planetario de los aranceles. Japón se volvió a rendir. Y ya la Unión Europea había doblado las rodillas y casi que logro ese club de maulas y vividores, además de dejar de meterle la mano en el bolsillo al Tío Sam, terminarán convirtiéndose oficialmente en una estrellita más de mi bandera. Bueno, el año que viene completo esa tarea…
Pero de repente viene una jueza de un país bananero o cafetero, no lo sé bien, siempre me confundo. Es que no logro aprender geografía ni economía mundial. En fin, repito: viene una jueza y me amarga la cena. Esa señora castiga al pobre Uribe a prisión domiciliaria inmediata de 12 años. ¿Y qué cosas malas puede haber hecho mi amigo Alvarito? Él, un genio que creó esa opción de los falsos positivos. Él, que conspiró sin descanso en contra de la irreverente Venezuela. Él, que ha dedicado su vida a la defensa de la democracia, la libre empresa y el modo de vida occidentales, es una de las víctimas del movimiento castro-comunista-chavista que no respeta fronteras, altos cargos ni los privilegios que acompañan, como en mi caso, a la acumulación de dinero y bienes.
Para colmo, hay un caso más de injusticia que afecta a otro de mis buenos amigotes. Nada más y menos que a Jair Bolsonaro. Como olvidarlo, si ambos intentamos lo mismo: usar el populacho para asaltar los parlamentos y conservar el poder. Al acusarlo a él, es como si se imputaran a mí. Y aunque yo haya sido condenado por esos tribunales woke demócratas, la verdad es que no termino de acostumbrarme a ello.
Lo que falta es que termine el mundo entero señalando a Benjamin Netanyahu de asesino, xenófobo y genocida. ¡Calumnias! ¡Viles calumnias! Que no se metan con mi pequeño Hitler israelí.
No puedo conciliar el sueño. Mejor llamo a Edmundo González Urrutia para que me arrulle con sus geniales y dinámicas peroratas. Ojalá esté despierto y no se haya acabado el whisky.
alfredo.carquez@gmail.com
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