Venezolario: el juego que nos puso a prueba

No lo voy a negar. Yo también fui parte del pelotón que lanzó piedras. Como muchas veces pasa en este país —y más aún en el mundo digital—, no nos tiembla el pulso para criticar, así no tengamos ni idea del esfuerzo detrás de las cosas. Apenas salió Venezolario, lo descargué, jugué un rato, y al primer traspié lingüístico ya estaba de verdugo digital publicando un video en mis redes con más molestia que compasión.
Hoy lo miro con más calma. Y lo que veo no es solo una aplicación con errores o aciertos, sino un espejo incómodo donde se nos reflejan las ganas que tenemos de reconocernos… y también lo rápido que nos dejamos llevar por el ruido.
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Una arepa en el alma
Venezolario es un juego para adivinar palabras de nuestro español venezolano. Y digo nuestro con intención, porque allí está condensado el verbo y gracia que nos caracteriza. Desde “bochinche” hasta “zaranda”, pasando por “fiebruo”, “pajuo” o “chiripa”, el juego te mete de cabeza en un mar de expresiones que van desde lo más sabroso hasta lo más olvidado de nuestra jerga.
La app fue lanzada en julio por Katty Kanzler y su hermano Ronald, dos muchachos de la Colonia Tovar que querían hacer algo divertido, educativo y, sobre todo, identitario. Y lo lograron. En pocas semanas, Venezolario alcanzó más de un millón de descargas, lideró las listas de apps en Venezuela y se coló también en las tiendas de países donde viven nuestros migrantes. Ya acumula más de 10.000 videos en TikTok con el hashtag #venezolario. Lo que comenzó como un juego ya se transformó en una especie de archivo oral colectivo.
La dinámica era sencilla y adictiva: juegas, acumulas arepas, desbloqueas logros y compartes respuestas. Si no sabías qué significaba una palabra, le preguntabas a tu mamá, a tu abuelo, al vecino o a usuarios de redes sociales que ya se habían adelantado algunos niveles y hasta una chuleta digital sacaron para ayudar a los atascados. Todos jugábamos juntos. El idioma se convirtió en competencia, en excusa para reunirnos, en conversación.
Críticas, memes y una tormenta
Pero no todo fue alegría. Apenas comenzaron a circular capturas con errores ortográficos, significados cuestionables o palabras poco conocidas, las redes se encendieron. “Eso no se dice así”, “eso no es lo que significa”, “¿quién le dice cachucha a la gorra?”, “¿qué carrizo es una zaranda?”. Y allí salimos los verdugos digitales a repartir palo.
Katty Kanzler, lejos de esconderse, dio la cara. Publicó un comunicado, pidió disculpas, corrigió errores (como cambiar “fiebrudo” por “fiebruo” y “lechudo” por “lechuo”) y expresó estar considerando si seguir o no con el proyecto. El juego, que nació como homenaje, comenzó a cargarse de presión, escrutinio y hasta bullying.
Un giro con más peso
Pero la historia no terminó ahí. En medio de la polémica, Katty anunció una alianza estratégica con Alejandro Liendo, creador del proyecto cultural @diccionariovzla. Él, conocido por documentar con rigor las expresiones venezolanas, se sumó para dar estructura, validación lingüística y diversidad al juego. También lanzaron una convocatoria abierta para que cualquier usuario pudiera enviar un video postulándose como colaborador o “palabrólogo”.
La movida no es poca cosa. Tener a Liendo en el equipo le da al proyecto una base más sólida, y abre la puerta a integrar voces indígenas, afrovenezolanas, rurales, juveniles… todas esas capas del idioma que no caben en un solo diccionario, pero que sí merecen estar representadas.
Más que un juego, una batalla cultural
Venezolario nos confrontó con una pregunta incómoda: ¿qué significa hablar “como venezolano”? ¿Quién tiene la autoridad para decidirlo? ¿Estamos realmente preparados para vernos reflejados sin retoques?
Una aplicación que nos devuelve las palabras propias también remueve emociones, nostalgias y hasta inseguridades.
Criticar está bien. Corregir, también. Pero desmontar un esfuerzo criollo sin medir consecuencias nos habla más de nosotros como sociedad que del juego en sí.
Lo que queda
Hasta hoy, el juego sigue activo. Con sus arepas, sus cartas coleccionables, sus frases que nos dan risa o nos sacan las tablas en la cabeza. Katty Kanzler dice que sigue leyendo mensajes llenos de cariño, aunque no oculta que le pesa todo lo vivido.
Yo, por mi parte, decidí dejar de ser verdugo digital. Porque detrás de esa aplicación no hay una empresa multinacional, ni una estrategia de marketing gringa. Hay una chama con ganas de rescatar lo nuestro. Y a veces, eso debería bastar para empezar a construir en vez de destruir.