22 octubre, 2025
Citgo, entre los buitres de Guaidó

Diversos y divergentes, ácidos hasta la diatriba, parteras de ideas y renovadas investigaciones, dialogantes al grado de invitar a cualquier espectador a inmiscuirse y tomar posición, o posiciones, las discusiones sobre el Excremento del Diablo que subyace y brota del subsuelo venezolano han estado siempre nutridas de permanente e inconclusos encontronazos.

Especialistas de todas las disciplinas, epistemes para decirlo el lenguaje sociológico, del quehacer intelectual, han tenido que incluir en su labor investigativa y construcción teórica el Mene de Ramón Díaz Sánchez, y su manifiesta incidencia en las polvorientas callejuelas de la Oficina Número de Uno, de Miguel Otero Silva, o en la Imagen y semejanza de nuestras medias clases medias del filme Miami Nuestro, de Carlos Oteiza.

De allí, que eso de intentar escribir reseñas periodísticas sobre las discusiones petroleras venezolanas, condena a todo autor a cometer garrafales insuficiencias y errores investigativos, por la simple y elemental razón de enfrentar temas sólidos vistos desde inagotables enfoques, dependientes de dinámicas contextuales tan diversas y cambiantes como los intereses que confluyen en la industria de los hidrocarburos.

Esta sección, País Petróleo, se ha propuesto de la ardua tarea de hacer exégesis de las polémicas habidas en nuestro largo historial petrolero, el mismo que cabalga sobre las batallas a veces soterradas, a veces abiertas, de la sociedad civil y política por controlar los tentáculos del Estado y de su aparato político administrativo, el Gobierno, como estrategia siempre destinada a apropiarse de la renta petrolera.

Una de las tesis causantes de controversias, aún vigente, ya reseñada en esta sección, fue la del economista venezolano, “Figlio d’inmigranti contadini italiani”, Alberto Adriani, propuesta en 1933: Su planteamiento era elevar de manera progresiva, pausada y metódica el precio del dólar. La causa: el principal receptor de nuestras exportaciones agrícolas y petroleras, EE.UU., había devaluado su divisa casi 40%.

El merideño Adriani argumentaba que la desvalorización del dólar había desequilibrado nuestra economía, agravado las dificultades de la industria y transformado a la agricultura en una actividad no rentable.

La decisión de devaluar al dólar había sido tomada por el presidente de EEUU, Franklin D. Roosevelt. La tesorería de ese país ya no pagaría 20,67 dólares por la onza de oro, sino 34.35 dólares. Es decir, al pagar más por la onza inyectaba más dólares a la circulación monetaria.

Devaluar el dólar era parte del programa de Intervención del gobierno de EEUU en la economía, llamado New Deal. Con más dólares circulando buscaba elevar los precios al consumidor y con ello estimular la inversión, la cual generaría mayor producción y empleos.

Es así como con dólares baratos tomó fuerza la burguesía importadora, la cual ejerció presión para que, entre fines de 1933 y enero de 1934, el gobierno decidiera pasar el dólar de 3,94 bolívares a 3,06 bolívares. Por cada dólar que traían al país, la industria exportadora y los agroexportadores recibían menos bolívares.

Frente a esta realidad, el economista egresado de la UCV, hijo de inmigrantes italianos, alertó: «…el alto cambio de nuestra moneda es la causa que más ha contribuido a empeorar la situación de nuestra industria nacional y la agricultura y ha agravado hasta el extremo nuestro desequilibrio económico».

La postura, por supuesto, tenía detractores. Miguel Gabaldón, en su trabajo «El Debate económico de los años treinta. Tipo de cambio, economía venezolana y desarrollo», publicado por la Escuela de Economía de la Universidad de los Andes, relata la fuerte polémica que suscitó el tema cambiario entre los intelectuales Alberto Adriani (1898-1936), Vicente Lecuna (1870-1954), Henrique Pérez Dupuy (1885-1979) y José Vandellós (1899-1950).

El debate se dio en medio del atropello de la economía Petrolera contra la economía agroexportadora. Recién, en 1926, los ingresos al país generados por la primera habían sido desplazados por los de la segunda. En 1928 Venezuela pasó a ser el segundo productor mundial de Petróleo y el primer exportador.

El desplazamiento de las agroexportaciones fue seguido por la debacle de Wall Street en octubre de 1929, que redujo los precios y contrajo los volúmenes de las exportaciones agrícolas venezolanas, lo cual contrajo los cultivos y su capacidad de producción. Los agroexportadores entran así en 1934 con un Bolívar valorizado, es decir, por cada dólar recibido duramente por sus exportaciones, reciben insuficientes bolívares.

Los presidentes del Banco de Venezuela; y de la Cámara de Comercio de Caracas, Vicente Lecuna y J.M. Benítez, respectivamente, señalan que «frente a la prédica de algunos sectores, por fortuna aislados y escasos, vienen haciendo por la desvalorización de nuestra moneda», proclaman «lo inseparable de los intereses del comercio y los banqueros. A mayor prosperidad nacional corresponde la prosperidad de los bancos y del comercio importador».

En defensa del dólar barato, afirman que aumenta los desembolsos en dólares de las Petroleras en el país y destacan que lo contrario, la desvalorización, más bolívares por dólar, elevaría la inflación pues subirían los precios de los artículos importados.

De allí la propuesta de Adriani de una tasa de cambios equilibrada, que, para su logro, en aquel momento, exigía la devaluación, que otorgaría a la agricultura el primer puesto en la economía venezolana.

«La desvalorización del Bolívar estimulará la competitividad Internacional, pues los agroexportadores obtendrán mayores ingresos en bolívares, reducirán costos y elevarán sus ganancias y el empleo y con ella la acumulación para modernizar y diversificar la agricultura», afirmaba Adriani.

El economista añade que la devaluación favorece a la industria nacional, impedida de crecer por la estrechez del mercado, el cual se expandirá por el aumento del poder adquisitivo del trabajador del campo. También restringirá las importaciones que abrirán espacios del mercado a la industria nacional.

«La desvalorización del Bolívar sería un mecanismo de redistribución de la riqueza en beneficio del sector con mayor capacidad de motorizar la economía nacional: las clases agrícolas, punto de partida y base insustituible de un desarrollo permanente y sólido», sintetiza Adriani.

Sin embargo, en 1937 el gobierno optó por valorizar el Bolívar, con lo cual las petroleras debieron gastar más dólares para obtener más bolívares y poder así realizar gastos. Esto aumentó el ingreso en divisas del gobierno, que se tradujo en la venta de dólares baratos y, con ellos, se propició la salida de divisas que regresaron a la banca Internacional; e incrementaron las importaciones, una realidad vigente hasta la actualidad.

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