Vamos al grano – Últimas Noticias

«…el verdadero propósito de la neolengua es reducir el campo del pensamiento. Al final haremos que el crimen del pensamiento sea literalmente imposible, porque no habrá palabras en las que expresarlo.» (1984, Orwell)
No lo notamos generalmente, pero desde hace unos años un nuevo imperativo inconsciente se ha ido apoderando de nuestro hacer cotidiano. Antes, la brevedad extrema no importaba para nada y no era considerada una virtud esencial al comunicar. Escribíamos concentrados en lo que queríamos decir, en lo que salía de nuestra mano o de nuestras manos sobre el teclado. Hasta el recuerdo del sonido característico de las teclas de la máquina de escribir Olivetti se mantiene ahora escondido, emergiendo solo pocas veces, como un vestigio de otra época.
La cruda realidad es que no nos hemos dado cuenta de cómo el sistema, con su lógica implacable, nos ha hecho interiorizar las características del producto comunicativo. Y dentro del paquete de características mercadeables, fácilmente consumibles y rápidamente digeribles, está precisamente el cómo nos expresamos. Aquí radica un detalle crucial, cada día sentimos, de manera sutil pero persistente, una presión inconsciente en ser sintéticos en todo lo que comunicamos.
El mandato es claro: ir al grano inmediatamente. No solo porque el tiempo es oro en la economía de la atención, sino porque la propia capacidad de atención se ha convertido en un recurso escaso y fragmentado. Por esto, hay que ser profundamente ahorrativos y rápidos. Hay que ser simbólicos, recordemos que el símbolo es, en su esencia, una síntesis poderosa, una carga de significado comprimido. Al igual que en las publicidades más efectivas, donde lo esencial debe capturarse en los primeros cinco segundos bajo pena de ser ignorado, así tratamos de comunicarnos ahora.
Actualmente millones de personas están haciendo cursos “on line” de marketing en todas sus variantes y especies. Millones de personas se están convirtiendo en vendedores “ofertadores” digitales de algo o de sí mismos, y esto es una revolución, una especie de “época de la conquista digital” en una “realidad” poco regulada, ejemplo es la inmensa producción de noticias e informaciones falsas.
Esta presión por la síntesis extrema modela nuestros hábitos más íntimos. Es la razón de fondo por la que las nuevas generaciones evitan la llamada telefónica, percibida como un ritual demasiado largo, demasiado expuesto, demasiado demandante. Prefieren el texto escrito, aún más, las imágenes y los emojis, herramientas infinitamente más sintéticas, que transmiten estados, intenciones o reacciones en un instante visual. Es un lenguaje rápido, eficiente, que cumple con el mandato de la economía expresiva. Pero esta eficiencia tiene su contracara: es también un lenguaje inherentemente distante. La síntesis, al comprimir, elimina matices, tonos, pausas, la riqueza del desarrollo gradual de una idea o un sentimiento. Se comunica el núcleo, sí, pero se sacrifica contenido y profundidad, así como la reflexión que nace de la exposición mutua y prolongada.
La lucha por la síntesis ya no es una elección estilística; se ha convertido en un imperativo categórico interiorizado, un reflejo condicionado por el ritmo del sistema. Escribimos, hablamos e incluso pensamos bajo su sombra, buscando constantemente el atajo, el símbolo perfecto, la esencia exprimida al máximo. Pero esto no quiere decir que no existan síntesis no solo positivas sino virtuosas, por ejemplo, el haiku, es la síntesis elevada a arte. El haiku condensa el pensamiento para liberarlo. “la mariposa aún cuando la persiguen parece no tener prisa” (rompiendo la estructura clásica del haiku).
Mientras tanto, el eco de la Olivetti, con su ritmo más pausado y su espacio para la elaboración, persiste como un susurro nostálgico, recordándome que hubo un tiempo donde la comunicación podía respirar, extenderse y conectar de maneras que la síntesis extrema, por más eficiente que sea, difícilmente podrá replicar. El desafío ahora es discernir cuándo la síntesis sirve y cuándo nos empobrece, recordando que no todo significado puede, ni debe, ser comprimido en cinco segundos. Yendo al grano, la batalla no es contra la síntesis, sino contra la pobreza voluntaria del pensamiento.
«Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» Wittgenstein.