El Bolívar de Gil Fortoul

La historiografía venezolana ha tenido nombres estelares como Baralt, Vallenilla Lanz, Lisandro Alvarado, Briceño Iragorry, Díaz Sánchez, Acosta Saignes, Carrera Damas entre otros insignes estudiosos de la vida pretérita nacional. José Gil Fortoul (1861-1943) es otro de estos historiadores de intensa labor intelectual, diplomática y política. Fue un hombre formado en la Universidad Central de Venezuela y diplomático por los gobiernos de Crespo, Castro y Gómez en Francia, Alemania, Trinidad, México y Gran Bretaña. Fue también senador en dos ocasiones, entre 1910 a 1911 y 1914 a 1916, así como presidente provisional de la República en 1913. Su afición al hipismo, su tono afrancesado al hablar, monóculo en el ojo derecho, bisoñé y pipa le hicieron un hombre excéntrico entre sus coetáneos.
Está considerado una de las caras más conocidas del positivismo venezolano. Su obra más leída y aún valorada como clásico es Historia constitucional de Venezuela, la cual consta de tres volúmenes que fueron publicados gradualmente en 1906 y 1909. El tercer tomo, que preparaba en sus años de retiro público, quedó inconcluso al morir. El texto abarca desde la llegada de Colón a Paria en 1498 hasta el fin de la Guerra Federal en 1863.
Simón Bolívar, como en todo trabajo de historia general, tiene un papel preponderante. Sin embargo, el juicio de Gil Fortoul rompió cánones hasta entonces construidos sobre su figura. El dictamen, sin restar gloria e importancia a Bolívar, resulta uno de los más perturbadores para la historia tradicional: “Se creyó siempre destinado a mandar, no a obedecer. Nunca tuvo confianza en la democracia absoluta: inclinábase por carácter y reflexión a un régimen de oligarquía intelectual; y aun cuando amó sinceramente al pueblo y trabajó por su bien, lo amaba como Pericles, desde arriba, para gobernarlo a modo de rey sin corona”. Juicio no exento de debate pero con algunos aciertos sobre la personalidad del fundador de Colombia, rastreados en el discurso de Angostura y demás documentos.
El autor analizaba casi 100 años después, con los valores de su tiempo, un personaje imbuido por conceptos del siglo XVIII. Cada historiador escribe desde el presente y cada interpretación fundamentada y sin pasiones abre caminos a la observación de hechos y personajes.