22 octubre, 2025
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El zar Pedro I o Pedro el Grande (1672-1725) tenía el sueño de convertir a Moscovia en el gran imperio ruso; sus lecturas de Alejandro Magno y Julio César ayudaron a construir su imaginario. Su crianza, por circunstancias e inclinaciones vocacionales, lo relacionaron con el mundo religioso y militar. Reclamó y se convirtió en zar sin tutoría (1682) junto con su hermanastro hasta que este falleció (1696) y quedó como único zar de Rusia.

El gran proyecto de vida de Pedro fue transformar la atrasada Moscovia en el imperio ruso y ser su primer emperador.

Para ello ideó una gira estratégica por varios países de Europa (La Gran Embajada 1697-98). Él viajó de incógnito para conocer y obtener experiencia de primera mano en los avances científicos, tecnológicos, económicos, militares y marítimos, etc. Contrató a centenares de profesionales para convertir a Rusia en potencia de Asia y Europa (pionero de la investigación-acción: trabajó como carpintero marino).

En perspectiva Pedro el Grande hizo una revolución: promocionó la educación y las ciencias, tradujo libros, creó escuelas, academias, etc. Desarrolló la industria, la manufactura, astilleros y expandió los mercados. Creó una poderosa marina y un ejército moderno. Pedro realizó el sueño de todo arquitecto: construir una ciudad desde cero, San Petersburgo la nueva y occidentalizada capital de Rusia. La cultura europea fue ganando espacios: en la moda y algunas costumbres, etc.

Los hombres y la geohistoria, el espacio-tiempo se impactan, es la dialéctica de la naturaleza. El imperio y el mar forman una unidad, un ecosistema y Rusia necesitaba salida al mar y se logró el acceso al mar Báltico (expansión territorial) con la Gran Guerra del Norte contra Suecia (1700-1721). La historia registra la creación del imperio ruso y a Pedro el Grande como emperador en 1721.

“En 1821, el zar Alejandro I reclamaba la soberanía rusa sobre la costa del Pacífico de América del Norte hasta el paralelo 51° y prohibía la navegación y el comercio de barcos extranjeros en estas aguas”.

En la respuesta de John Quincy Adams, secretario de Estado de EEUU, al zar de Rusia encontramos parte de la génesis del discurso de James Monroe el 2 de diciembre de 1823: “Rusia debe asumir claramente el principio de que el continente americano ya no es objeto de ningún nuevo establecimiento colonial europeo”.

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