20 octubre, 2025
Derrotamos el fascismo - Últimas Noticias

En medio de los traumas producidos por el anuncio de Trump de “la mayor operación de deportación en la historia de Estados Unidos”, empezaron a correr las noticias. Una de ellas, que la Cocacola, en una de sus plantas de Texas, había reunido a sus trabajadores migrantes sin papeles para entregarlos a la policía y facilitar su expulsión del país.

Por más que hoy pueden encontrarse decenas de desmentidos en internet, e incluso un comunicado oficial de la Cocacola de México, uno puede entender la reacción de la población de origen latinoamericano en Norteamérica. Muchos convocaron por redes sociales a un boicot contra Cocacola, y también contra otras firmas sobre las cuales hubo señalamientos similares, como la cadena de supermercados Walmart o la de pollo frito KFC.

Algún efecto debe haber tenido el boicot si medimos sus alcances por la diseminación de mensajes. En un video pudimos observar cómo un joven caballero le decía a su abuela que lo único para lo que servía el refresco era para limpiar pocetas. En otro, alguien llamaba a no consumir ninguno de los productos de la Cocacola. De aquí en adelante, proclamaba, “vamos a consumir ¡Pepsi!”.

Por supuesto, hay también fotografías de personas que protestan, acompañando el llamado al boicot con una invitación a tomar limonada, una bebida que se prepara en casa y de alguna manera ofrece la posibilidad de salir de las redes del capital monopólico. Pero, en cualquier caso, incluso cuando alguien dice sentirse traicionado por la compañía (con lo cual confiesa haber depositado su confianza en una corporación que le ve solo como consumidor), el boicot, la acción de la gente, expresa una brecha, una ruptura en la ilusión de compromiso del capital con las personas.

Eso en tiempos en que debería ser claro para todos el desprecio del Gobierno de los Estados Unidos y del imperialismo (mezcla del poder económico con el político-militar) por los pueblos del mundo, de los que exigen solamente subordinación.

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